Estoy perdiendo un poco el don. Veo la hoja en blanco y me cuesta empezar a relatar, a reflexionar. Estoy algo cansada y me duele la espalda. Supongo que es cuestión de, letra por letra, construir palabras, como día a día se construye una relación.

El fin de semana pasado pasó algo. Nada raro, pero sí significativo: pasé los dos días en Uruguay con Auténtico y toda su familia.

El viaje transcurrió fluidamente. A las ocho de la noche del viernes, Auténtico me buscó por mi trabajo para tomarnos unas horas más tarde el barco hacia las tierras de Drexler. Pasamos por la casa de la madre y la conocí, a ella y a la abuela. Parecen personas sencillas. Él es muy afectuoso con ambas, y confieso que me enterneció verlo abrazar con tanto cariño a las mujeres de su vida. De ahí nos fuimos a Tigre, donde nos encontramos con una de sus hermanas con su respectivo novio. Cenamos los cuatro y nos tomamos un barco donde viajaríamos en el piso, acurrucados y con frío, para llegar a las cuatro de la mañana a Carmelo, pueblo de casas antiguas, ríos y vegetación. Considero clave mencionar el funcionamiento del viaje: el padre y su esposa, las dos hermanas, una con su novio y la otra con su hijo, durmiendo LAS NENAS CON LAS NENAS Y LOS NENES CON LOS NENES, punto uno. Punto dos, horarios SUMAMENTE EXTRICTOS, planes SUMAMENTE DISTRIBUIDOS, horas CUIDADOSAMENTE PLANIFICADAS, actividades ENTERAMENTE GRUPALES. Admito que mi vida es completamente contraria, donde cada uno hace lo que quiere, cuando quiere, con quien quiere. De todas formas, y estando prevenida del funcionamiento del viaje, me amoldé de la mejor manera que pude, sin muchos peros ni demasiadas exigencias.

El sábado se presentó agradablemente con navegación por el río, siesta solitaria, paseo en moto, cerveza en la playa cargada de sentimentalismos y verborragias cursis y amorosas. El domingo comenzó tranquilo, pero a media tarde hubo un percance.

El problema fue el siguiente: hace unos años que estoy medicada, en bajas dosis, para controlar altibajos emotivos. Bien, el problema no fue ese, sino más bien que me olvidé la medicación en el auto de Auténtico, que quedó estacionado en Tigre. Y la presión de compartir todo un fin de semana con gente desconocida, con reglas extrañas, compartiendo todo, en un país lejano, me desbordó. Y me puse, en un momento, profundamente triste. Mi tristeza tuvo su fundamento, y fue que Auténtico, en su afán de controlar todas las actividades, de ver que sus hermanas y su cuñado la pasen bien, que su padre esté conforme con el desempeño de sus hijos, se olvidó que para mí ese viaje, si bien  fue placentero, también representó una presión desmedida para mí. No exagero, simplemente soy una persona que no tiene cultura de familia, que le cuesta integrarse a grupos tan armados, donde cada uno tiene su función. Un grupo donde ser juzgada importa, donde la impresión es lo que cuenta, donde no es posible relajarse enseguida: la familia del otro. Si hay algo que aprendí, por suerte, es a identificar mis emociones y hacer partícipe a la otra persona de lo que me pasa para no tomarlo desprevenido. Por desgracia, Auténtico, sin intención es medio pelotudo. Y en lugar de entender mi situación, se fue a andar en lancha con la hermana y el cuñado, y me dejo sola en la playa. Sé que, simplemente, lo hizo por IDIOTA. Pero su idiotez no hizo más que agudizar mi tristeza, que fue convirtiéndose en angustia, hasta que me fui sola, a encerrar en el barco, en el camarote, en mi cabeza, sintiendo punzadas en el pecho, quedándome inmóvil en la cama por un tiempo que me es difícil precisar.

Cinco minutos más tarde, o tal vez una hora después, Auténtico entró en el camarote, para preguntarme que me pasaba, para abrazarme y llenarme la nuca de besos, para pedirme perdón y reconocer que, a veces, más que auténtico es un auténtico pelotudo. Finalmente, y tormenta por medio, fuimos juntos al río, a comer churros y embarrarnos, a descostillarnos de la risa y abrazarnos hasta el cansancio. El resto del viaje, Auténtico se mostró particularmente cariñoso, no me dejó sola un solo instante, me consultó absolutamente todo, y hasta, incluso, soltó algunas palabras de amor que nunca antes había mencionado.

El saldo del viaje fue positivo. Tengo que aprender a amoldarme a sus tiempos al tiempo que él se amolde a los míos. Lo que rescato es que, pese a sus inintencionales errores, busca soluciones.

Finalmente, volvimos a Buenos Aires. Le dije que me había divertido, y él me agradeció por haber ido. Nos despedimos con un beso y con deseo de estar juntos, solos, mirándonos a los ojos, sin decirnos nada, pero diciéndonos tantas cosas.-


Es increíble como la vida va acomodando las partes desacomodadas mientras desacomoda las otras. Como decían,  "cuando hay conque no hay en que y cuando hay en que no hay conque". Cuando sos una mujer realizada en lo profesional y en lo laboral, estás sola y no podés vivir con eso. Cuando encontraste el amor de tu vida, no sabés que hacer con tu carrera. Cuando te fuiste a vivir sola, no tenés plata para salir, pero mientras vivías con mamá y papá y te bancaban todo, lo único que querías era tener tu espacio. Y cuando sentís que te realizaste a nivel profesional, laboral, familiar, sentimental, espiritual, te enfermás.. ¡y te morís!

Bueno, tal vez esté siendo un poco trágica. Pero de igual manera que la balanza al subir de un lado se baja del otro hasta quedar desniveladas nuevamente, mi vida tomó forma en ciertos aspectos y en otros mejor ni pienso. Seamos concisos: hace unos meses apenas, estaba estabilizada a nivel académico, a paso lento pero seguro. Tenía un trabajo bien pago, de pocas horas en una excelente institución bancaria y con una importante antigüedad, pero que me hacía bastante infeliz. Conservaba buenos amigos que me hacían feliz. Y en cuanto a mi vida amorosa, me encontraba desesperanzada, enojada y enteramente sola.

Ahora bien. Ha pasado casi un año de la primera vez que escribí una columna, en principio para Facebook. Hacía frío y festejábamos el Bicentenario. No habíamos visto el gol de Palermo, el rescate a los mineros ni el asalto al banco Provincia. Y en todo ese tiempo, no todos los aspectos cambiaron, pero sí han habido dos cambios fundamentales. En primer lugar, el amoroso: todos sabemos que, tras un número interesante de citas frustradas, encontré lo que buscaba en este señor que hemos llamado Auténtico. Una persona que me sorprendió cuando estaba desprevenida y me arrancó de mi enojo con el sexo masculino para convertirme en una novia enamorada y, a veces, un poco pelotuda. En segundo lugar, el laboral: de la nada, de un día para el otro, me fui del banco donde trabajaba para vivir más relajada trabajando en un boliche. El tema es el siguiente. Todo muy lindo, pero.. ¿y la plata? Porque después de unos meses de relax y tiempo libre, las deudas crecieron como la inflación, el riesgo país y la inseguridad. No tengo dinero para irme de vacaciones, ni pagarme un curso de diseño web, ni tomarme un taxi para visitar a mi amiga Minnie. Y me doy cuenta que ya es suficiente esa utopía de vivir con lo justo para darle lugar a una existencia capitalista. El problema que se presenta es que no estoy dispuesta a sacrificar mi paz por algunos billetes. Quiero trabajar pocas horas, en un ambiente agradable, con una tarea acorde a mis capacidades, en lo posible relacionado con mi carrera, en las cercanías de mi domicilio.. Me pregunto, ¿estaré pidiendo mucho?

No puedo evitar pensar, entonces, en las veces que hemos pedido demasiado a nivel sentimental. Cuantas veces rechazamos a un buen candidato por ser demasiado sencillo, demasiado estructurado, demasiado petiso, demasiado conservador, demasiado hueco, demasiado. Pedimos en nuestras imaginarias (o no) listas de un hombre ideal una persona que sea interesante, adinerado, simpático, divertido, con onda, bueno en la cama, que tenga auto, casa, amigos copados, clase, modales, y que encima, esté soltero. A veces, en nuestro afán por encontrar a esta persona que no existe, nos quedamos solas por mucho tiempo, boyando de un lado al otro pensando que eso que buscamos está en alguna parte. Y otras, nos conformamos con lo primero que venga justificando sus falencias con la verdad de que lo ideal no existe.

Considero, entonces, que es hora de entender que la perfección no existe. Ni una es perfecta, ni el otro tiene porque serlo. Con el tiempo se aprende que no tiene que ser tan lindo si nos hace reír, ni tiene que ser millonario si tiene el gesto de caer, porque sí, con un peluche, ni tiene que caerle bien a todos si a nosotras nos acompaña en los momentos difíciles. Reside en uno saber qué se está dispuesto a sacrificar a cambio de lo que sí nos es importante.

Mientras tanto, seguiré buscando el trabajo de mis sueños. No aprendo más.-


El 2011 llegó con un mensaje de Auténtico que me abría las puertas a nuevas reflexiones. Y hoy, domingo de madrugada, con un insomnio perseverante, la cabeza me da vueltas en torno a algo que a todos, absolutamente todos, nos ha atormentado: el pasado.

Hay dos pasados que intervienen (y a veces interfieren) en una relación: el propio, y el del otro. El propio es conocido en su totalidad, muchas veces con las propias distorsiones de ser el sujeto que interviene en el mismo. El pasado propio es muchas veces agradable, simples recuerdos de tiempos que ya no son, personas que ya no vemos, historias que han terminado. Pero otras veces atormenta y amenaza con no dejar vivir el presente. El aprender a controlar la relevancia del propio pasado reside en uno mismo, que puede elegir seguir inmerso en un momento que ya no es, o dar vuelta la página y mirar hacia adelante pero, sobre todo, mirar en el preciso lugar en el que estoy parado ahora.

Pero hay otro tipo de pasado, uno mucho menos controlable y muchas veces más aterrador, y es el ajeno. El pasado ajeno se presenta, en la totalidad de las veces, como fragmentos de narraciones hechas por el otro, con la subjetividad propia de quien está relatando. Pasado que unas veces está resuelto y otras no. Pasado que se presenta en forma de relatos, de fotos, de lágrimas, de mambos, de decisiones, de recuerdos materiales. Pero siempre, absolutamente siempre, fragmentado por el otro, quien decide cuanto y cómo hacerme partícipe de esa porción de su vida que ha (o debería haber) quedado atrás.

El problema real existe cuando el pasado, mío o el del otro, está presente en mi relación, en mi momento, transformándose en presente. ¿Quién no se ha enfrentado a fotos que revelan los rostros de ex amantes? ¿quién no se ha tentado buscando el nombre de alguna ex novia en Facebook? ¿quién no se ha encontrado con ex novios para dar cierres, recordar viejos momentos, saldar deudas, decir lo que quedó atragantado? ¿Qué pasa cuando estas cosas se dan en el momento en que estoy planteando una nueva relación, con una nueva persona, en un momento diferente de mi vida? ¿Hasta qué punto el pasado es pasado cuando está, justamente, presente?

Todo esto me nació, como dije al principio, por un mensaje de Auténtico, en la madrugada del primero de enero del corriente, que respondía otro mío. El mío decía que me daba vergüenza decírselo, pero que haberlo conocido era una de las cosas hermosas que me había traído el 2010, y que me hacía muy bien. Y el de Auténtico decía, simplemente, "vos me cambiaste la vida, Zahi..".

Ahora, lo que me intriga, y desconozco, es lo siguiente: ¿cómo fue su vida antes de conocerme? Y sobre todo, ¿cuán atrás quedó?.-