Yo tengo un libro mágico que trae suerte. Un libro tonto y rosado, que
no dice muchas cosas interesantes, pero que tiene un arte de tapa muy atractivo
para el público femenino. Un libro lleno de historias y de pócimas de amor. Un
libro que, cuando lo lees, trae suerte. Este libro, en verdad, no lo tengo,
pues lo presté para que les traiga suerte a otras personas. Cada vez que lo leés,
al finalizarlo, pasa algo increíble. Lo he leído varias veces, y siempre al
terminarlo la vida me regaló una historia maravillosa.
En fin. Traigo a colación este libro porque recordé algo muy tonto que
me trajo memorias. Traía, en su interior, un hechizo, que decía que había que
escribir todas las cualidades de El Hombre Ideal. El propio, claro está, porque
la utopía es distinta en cada individuo. Y recuerdo que en mis primeros años
como mujer, una noche con una amiga de la infancia, escribimos una larga lista
con los must have de nuestro amado,
con tinta Bic y en hojas rosas.
Me detuve en este pensamiento mientras pintaba, hoy, cinco años después,
mis uñas. Me detuve imaginando como sería mi Príncipe Azul versión 2012. No el
que deseo, el IDEAL, sino el que merezco. Imagino un príncipe alto (siempre
alto), que de corcel solo tenga la SUBE y el transporte público. Su castillo quizás
sea un hogar compartido que, raramente, no imagino caótico, sino en exceso
ordenado, obsesiva y compulsivamente ordenado. Imagino que no doma dragones ni
conquista imperios, sino que vive el día a día amando la música, ganándose el
pesito, disfrutando los asados con amigos y el Fernet. Porque su pócima mágica
es el Fernet y la birra, claro está. Imagino su traje de heredero del trono no
lleno de borlas doradas y coronas, sino más bien cuidadosamente desalineado. Y,
quizás, mi príncipe no viene a rescatarme de mi torre, pues hoy en día no me
siento presa de una construcción soberana, sino más bien de los laberintos de
mi mente. Mimagino, también, muy lejana de aquella princesa cargada de tules y
rizando su cabellera rubia, sino más bien como una simple ciudadana de este
mundo tan cotidiano, en calzas y remerón, con una media de cada par, secando
mis cabellos cortos con un secador prestado, escuchando una radio urbana y
pintando mis uñas de naranja.
En esta noche, tan cercana al fin del mundo, quiero simplemente
recordar, y recordarme, que se puede ser princesa sin carruaje, y se puede ser
príncipe sin reinado.
Y recordar, además, que los cuentos de hadas son solo eso: cuentos.-