Acá estoy, tanto tiempo después, o tan poco, llorando denuevo como una estúpida. Como a los quince, como a los veinte, y ahora, casi a los veinticinco, a dos semanas de mi cumpleaños, de mi fiesta, de mi viaje, del fin del mundo. Acá en mi casa, tratando de no hacer mucho ruido para no despertar a mi compañera de casa.

Este llanto es único. Es doloroso y dulce. Es odiado y deseado. Es necesario. Es el llanto del amor, ese que es amor de novela, amor de adolescente, amor de pija, amor de ilusión, amor de mentira, amor de novela, amor de pelotuda, y pérdida. Ese llanto que no tiene mucho sentido. Casi siempre que aparece, se sabe que está bien, que es lo mejor, que tenía que pasar, que una SABÍA que iba a pasar. Y una llora, así y todo, porque sí. Porque te sale. Porque ponés esa canción que te hace llorar. "A mi manera". Pero no cualquier versión. La de María Marta Serra Lima, donde abrazó el mundo entero, donde siguió sin vacilar, donde ella misma lloró y rió, mil sueños más, y más, sin mucho más.

Esto será breve. El final se acerca. Del año, del mundo, e, intuyo, de la historia con Platos. Cuando reúna mas fuerza, quizás lo relate. 

Cuando entienda puntualmente por qué estoy llorando, y reírme de ello, sabiendo que solo fue una vez más, ahí, les contaré.-

Es increíble la capacidad que tiene el Universo de colocarnos, delante de nuestras narices, tanta variedad de sujetos, en tantos diversos momentos de la vida. Como si su sabiduría milenaria intuyera qué necesitamos y cuando, y colocase a ese, esa, aquellos, ahí, para formar parte de nuestras vidas, para decirnos una frase, para cagarnos a pedos o hacernos doler el alma. Entendemos, de inmediato, o siglos después, las misteriosas maneras de obrar de estas fuerzas superiores.

Hoy pasé la tarde con mis sobrinas. Nada de amantes, nada de amores sexuales ni novios ni futuros esposos. Simplemente, dos niñas, que conservan aún casi la totalidad de su inocencia. Con ellas hicimos cosas de niñas, que más: fuimos juntas a tomar helados, les mostré mis vestidos nuevos, hablamos del colegio y los actos de fin de año, les confesé mi amor por ellas como cada vez que las veo (veces que, lamento, cada día son más espaciadas).

Pensaba entonces en algo que fui madurando a lo largo de estos años, y es la idea de que cada quién nos da algo preciso y único. Algo que debemos recibir, a cambio de otra cosa que debemos dejar. Cosas buenas y cosas malas, cosas positivas y negativas, esperanzas y desengaños, amores y odios, abrazos y piñas. Nunca una amiga me dio lo mismo que un novio, nunca mi madre me dio lo mismo que un jefe, nunca un contacto en alguna red social me dio lo mismo que mi compañera de casa, nunca un colega laboral me dio lo mismo que una hermana. Todas estas personas, necesarias e individuales, forman parte de ese Universo que somos parte, el propio, donde somos protagonistas, dueños, amos y señores, centros. Un Universo en el que a cada minuto y con cada encuentro vamos sumando porotitos, en un cartón gigante de lotería, una lotería eterna e infinita donde el premio es desconocido, pero sospecho se encuentra ligado a la sabiduría y la plenitud.

En fin. Volviendo a casa en mi bici pensaba un poco en esto. En como extrañaba el amor y la admiración incondicionales de un niño cercano. Esos seres humanos en germinación, a quienes hay que regar y cuidar como los porotos de la primaria.. pues serán quienes vayan aportando, a lo largo de su existencia, un casillero más lleno en los cartones de todos aquellos que se crucen.

Aprovecho para agregar, antes de irme a dormir en paz, que una vez que han dejado huella, las personas se esfuman, desaparecen, continúan su camino, para dejar su paso por otra vida, y seguir contribuyendo en otros Universos.

Cual Mery Poppins, trataré de dejar mi marca por donde pase. Por donde quiera que sea que las fuerzas del Universo me lleven.

Buenas noches.-

Pensando un poco en lo que hablé con mi compañera de casa hace apenas unos minutos. Ella se fue a dormir, y yo sigo escuchándote, Bunbury, y pensando, en este caso, en el falso avance que creemos tener. En el poder entender que, como mujeres, no dejamos de ser humanos que a veces necesitan ayuda.

El problema es el siguiente. O la situación, mas bien. Uno se enferma, y pide un médico. Se angustia, y va al analista. Necesita dinero, y acude al banco. Independientemente de si es mujer u hombre, ¿Qué pasa, pues, cuando lo que una necesita debe pedírselo a la pareja, al hombre que la acompaña, por deseo, por elección, por intervención divina?

La mujer de nuestra generación creció mamando una falsa idea del feminismo. Una ilusión donde se cree superpoderosa, autosuficiente, independiente. Como dije tantas veces, la mujer de hoy trabaja como un hombre, coge como un hombre, se emborracha como un hombre. La mujer de nuestros días SE CREE un hombre. Pero no deja su esencia de mujer, de fémina, que durante siglos se posicionó como un ser inferior, necesitado, desprovisto, desamparado. En el afán de comportarnos como ELLOS, nos olvidamos que somos NOSOTRAS, con cientos, o al menos algunos impedimentos que nos diferencian. Lamento desilusionarlos al decir que aún creo en el hombre que deja pasar primero, que paga la cena, que te retira y lleva a tu casa, que te provee de todo aquello (lamentablemente aliado a lo económico) que la mujer, muchas veces, no puede, o no quiere, conseguir por sus propios medios. Cada día veo más mujeres, hechas y derechas, que se indignan ante lo anticuado de estos hombres de pelo en pecho que insisten en no dejarnos movilizar de noche solas, que vogan por la pollera y el maquillaje, que intervienen a la hora de darnos cierta seguridad que tenemos, pero que bien viene hacer creer que necesitamos nos impartan desde afuera.

No puedo dejar de aplicarlo a Platos. "Sos re minita", reza en mi cabeza, como un mantra repetido tantas veces, como un padrenuestro que recuerda a cada minuto que lo soy, re minita, mujer, boluda, hoy me da igual. Pero lo soy. Soy una mujer, con todas sus letras, con toda su connotación, cultural, ancestral, y social. Mis compañeros de trabajo se descostillan al escucharme contarles que LO SOY. Soy minita. Ellos no lo saben, ellos se olvidan porque escucho los partidos del rojo, hablo de mi vida sexual abiertamente, me indigno ante la ingenuidad de algunos especímenes femeninos que aún permanecen. Personajes que creo y sostengo, porque es cool, porque es adecuado, porque los últimos cincuenta años de historia me indican que DEBO honrar. Pero no, mis queridos. Me enorgullece afirmar que SOY UNA MINITA, que pide cuando necesita, que pasa primero ante la puerta abierta, que camina del lado de la vereda y se indigna ante esas mujeres que creó nuestra sociedad las últimas décadas, mujeres que olvidan su escencia, su propiedad, aquello que las distingue de ellos, los hombres.

Quiero aclarar, a su vez, que trabajo día a día a la par de muchos masculinos, que pago mi alquiler, me movilizo libremente en mi bicicleta, que mi casa está llena de vinos y whiskies que pretendo tomar sola, que escucho ACDC. Pero también espero que me entiendan ellos, mis compañeros, cuando me duelen los ovarios. Que algún día el otro me diga, desprejuiciadamente, que invita la cena. Que me busquen en el auto ajeno. Que escucho canciones de Miguel Bosé y Amaral.

Soy mujer, y lo proclamo, a viva voz. Borracha, bebida, ebria, pero sobretodas las cosas, auténtica, simple, desprovista. No viene mal hacer uso de aquello que la vida nos dio  los ovarios para avanzar. Pero también  y sobretodo, para pedir ayuda, recibirla, y aprovecharla. 

Porque ser mujer no es fácil. Ni mucho menos, GRATIS. Ustedes dirán.-

Acerca de los espacios.

Hace unos días, mi madre me contó de una discusión con su novio. Una discusión seguida de una breve separación. Discusión causada por el entrometimiento de ella, de la viejita, en la privacidad del señor. Mi mamá, hecha mas o menos derecha, una señora de sesenta y dos años, cinco hijos, tres nietos, décadas de aportes jubilatorios, una casa, un registro de conducir, y mil cosas más. Una mujer tan parecida a una adolescente, a la hora de revisar, entrometidamente, el celular de un señor, que cree suyo. Recuerdo mi reacción cuando me contó. "¡Ay mama! ¡cómo vas a a hacer eso! Es su espacio. Es como abrirle la puerta mientras está cagando". Que mina caradura, por Dios. Como si nunca lo hubiese hecho. Y si no lo hago, hoy, es porque todavía entiendo que sólo trae problemas, reales o inventados. Y aunque los ojos se me vayan solos, la voluntad es más fuerte.

Pensaba en Platos, hoy, en un momento, en su casa. Porque anoche nos vimos y pasamos de maravillas. Pensaba en Platos, decía, cuando hoy me pidió fuego, y me revisaba la cartera con desenfreno buscándolo. "No me gusta eso que estás haciendo", dije, para continuar con "que metas las manos en mi cartera es el equivalente a que yo te revise el celular". A ver. Ni tanto. Pero en mi cartera conviven, en una orgía inexplicable de objetos, de manera caótica, una bombacha, una maquina de afeitar, caramelos sueltos, cables, la billetera con chirolas, un portacosméticos de Justin Bieber, papeles, cremas, una manzana, pañuelos usados. Lo siento, mi cartera dista mucho de ser la cartera de una señorita. Pero es mía. MÍA. Y no me agrada, para nada, que la toquen sin mi permiso.

Pensaba, hace instantes, en unas líneas que escribió Platos, referido a mi blog. Basta de contar nuestras historias, dijo. Desconozco la carga de estas cinco palabras, pero aseguro que la tiene. "A mi dejame mi libertad de expresión así como está: libre", le dije. Y me dijo que bueno, que sea libre. Y ahora pienso, vagamente, en una idea que no logro encaminar. Una idea que voga por los espacios. Esos que son propios, como una cartera, como un celular, como un momento en el baño, un espacio de trabajo. Espacios que, casi como un diario íntimo de niñata, todos poseemos, adoramos, respetamos, y celamos. Espacios que elegimos con quién compartir, de que manera, y hasta cuando. Y pensaba, también, en "nuestras historias".

Elegí compartir, hace mucho tiempo, mis historias, LAS MÍAS, con todo aquel que desee leerlas, o escucharlas. Considero que las historias no son de nadie: tiene protagonistas, pero su contenido pertenece a una historia más grande. La historia del ser humano, una historia universal y eterna que se escribe minuto a minuto en los confines del tiempo y el espacio. Una historia que nos pertenece a todos, pues en cada porción nos identificamos y acordamos o desacordamos, e, incluso, nos permitimos dudar. Yo, Zahira, considero esto, y fiel, lo sostengo. Cada quién de ustedes está en libertad de elegir compartir sus carteras, sus celulares, sus cagos, o sus historias. Con quién, problema de cada uno. Pero somos libres, cada uno a su modo.

Yo, desde siempre, me siento y me sentiré libre, cada noche, cuando presa de la música, el tabaco, y alguna bebida espirituosa, mis dedos inquietos rozan las teclas de una compu prestada, para permitirle a mis ideas desencontradas, justamente, encontrarse. 

Acerca de los espacios y las elecciones. Y, sobretodo, la libertad.-

El ser humano es impredecible. Es el único elemento del Universo con la capacidad absoluta de pasar de un estado al otro casi instantáneamente, tantas veces como sea necesario, por periodos de tiempo prácticamente infinitos. Es el transporte más veloz del planeta, pues no atraviesa kilómetros a velocidades abismales, pero si atraviesa sentimientos completamente opuestos en cuestión de segundos. En instantes, un ser humano, incluso, pasa de SER a PILTRAFA. Es la máquina con mayor capacidad resolutiva, con el único desperfecto del resolver ecuaciones perfectas con resultados imprevistos, impredecibles, e inexactos.

Hace unos días escribía acerca de la felicidad inconmensurable que me invadía. Hacía balances positivos, emanaba energías exorbitantes, transmitía con precisión halos de luz, amor, plenitud, esperanzas. Hoy tengo todo revuelto. Como esos revueltos que comía de chica, de arroz, jardinera, salchichas, acelga, huevo, queso, fiambre. Todo mezclado en cantidades poco entendibles. El resultado: un revuelto. Atravecé, como decía, una cocción de ingredientes que puedo identificar con mucho esmero, creando una única receta, que no entiendo como llamar. Un menjunje de amor, odio, desilusión, enfado, resignación, formulitas mágicas de revistas femeninas, sesiones de terapia, historias escuchadas, impulsos irrefrenables, desesperanza, apertura, tabaco, vino, Héroes del Silencio, fatiga muscular, urgencia, deseo de dormir, fiaca, llanto constipado, frío, inquietud, preguntas, palabras ajenas, ecos eternos, acordes, imágenes nítidas producto de mi memoria y de mi imaginario, taquicardia, puteadas, fracaso, y no se cuantas cosas más. El resultado es el mismo: un revuelto. Todos lo sentimos una o infinitas veces. Esa sensación que alguna vez describí como "un gancho que te tira desde el pecho hasta las entrañas".

La historia con Platos se fue al carajo. Desconozco si esta es una afirmación absoluta, o producto de mi neurosis histérica. Me inclino por la primera. Algo se rompió, como dije, en palabras anteriores. Algo que se rompió y que se afirmo ayer, cuando caminábamos por el Abasto brevemente, él de morral y yo de bicicleta. Ayer cuando me dijo "por algo estoy sólo, elijo estar sólo". Una elección que hacen muchos cuando el otro, o la otra, empieza a romper las pelotas, a exigir ciertos beneficios, ciertas respuestas, simplemente a reclamar. Me pregunto nuevamente si no debería quedarme sola, elegirlo consientemente. Y a la mierda con todo. Vivir en una chatez donde sea feliz con mi tele, mi puchito, mi vino. Mi cama vacía todas las noches a elección propia. Llenarla fugazmente con un cuerpo que represente nada más que eso: un cuerpo. Ni individuos, ni identidades, ni ilusiones, grandes ni pequeñas. Que nadie me rompa las pelotas, porque yo también las tengo. Porque yo ROMPO las pelotas, sí, cuando me pongo intensa. Pero el otro, el que se la fuma, se la fuma hasta que dice basta. Yo también puedo decir basta. Pero el que las rompe, cuando es uno mismo, sigue ahí, pese al basta. Nada de apagar el celular, ignorar mensajes, evitar los encuentros. El encuentro con uno mismo es inevitable. El mensaje llega, sin necesidad de WiFi, 3G ni antenas. Yo estoy acá, conmigo, siempre, escuchándome incluso así. Mientras pedaleo, mientras analizo trámites, mientras meto una pizza al horno, mientras llegan los mails de LetsBonus, mientras los dedos se mueven, indiscretos, alternando el teclado, el filtro y la copa, pero, sobretodo, mientras, de luces apagadas, apoyo la cabeza en mis cuatro almohadas flacas, y el corazón late, late, y late, atravesando todos esos estados que mencioné un poquito más arriba.

"Hablen", me dijo ella, una compañera. Pero como explicar que todo se fue al carajo, justamente, por eso. Por hablar, como siempre, en demasía. Como si ese calco del AQUI Y AHORA hubiese sido eso nada más, un calco, y no un mensaje del Universo. Como si años de a una sesión por semana no hubiesen sido mas que miles de pesos dados a un profesional para hablar irrefrenablemente de cualquier cosa. Como si los putos mensajes que aparecen en las cajas de Marlboro velando por la perjudicialidad del fumar no sean más que tinta sobre cartón, que taparé, casi al pasar, con un papelito, haciendo de cuenta que no están ahí.

Quisiera ponerle un papelito encima a todo esto que me retuerce las entrañas, para no verlo, aunque esté ahí, presente, latente, y eterno.-

Hay algunas charlas para las que nunca estás preparada. Esas charlas en las cuales el otro, el interlocutor, te dice tanto. Ese interlocutor al cual le decís tanto a su vez, que al otro día, al querer explicar de qué se habló puntualmente, no podés. Esas charlas donde recordas, penosamente, algunos datos, algunas frases, pero no podés asegurar si esa frase afirmaba o negaba, si avalaba o desmentía, si quería u odiaba. Esas charlas que no entendés, que no podés especificar. Que son como esos sueños que no recordás más que una sensación. Como decir "soñé con vos, pero no sé que pasaba, solo sé que estabas vos". Anoche no soñé nada, pero hablé, y mucho. Una de esas charlas que te revuelven los intestinos, las estructuras, la entereza.

Sábado a la noche. Subí, a las cuatro de la mañana, a un taxi. Venía de cumpleaños, de cincuenta personas apiñadas en un living de Palermo de quince metros cuadrados. De camino a la casa de Platos, porque sí, porque estaba cerca quizás. Porque me estoy acostumbrando a dormir con él día por medio. Porque quería coger, sí. Quería acurrucarme en su axila y despertarme en la otra punta, a las ocho de la mañana, para mirarlo dormir y robarle el alma con los ojos, con la mirada, para luego seguir durmiendo, y despertar nuevamente oyéndolo, desde el otro cuarto, diciéndome "reeeeina, arriiiiiba". Para besarlo y decirle "Chau Platos". Para todo eso, o para nada, llegué a su casa, comiendo un chupetín. Subí. Hola Platos. Y, simplemente, pasó.

Pasó de repente. Tan repentino como un día me entendí en su cama, ayer, me entendí en su balcón, cubierta con un poncho, fumando Phillips y Marlboro, intercaladamente, y con una frecuencia alarmante. Tuvimos una charla, esta, de la que comencé a hablar, que dice todo y que no dice nada. Esas charlas donde sentís que le dejás la puertita que muestra las mas profundas miserias, propias, entreabierta al otro. Para que espíe, claro, pero consiente que, en un descuido, en una brusquedad, puede abrirla, y ver todo eso que tenés adentro. Una charla que, de manera extraña, sentí una charla de despedida. Una charla para la que no estaba, pues nunca se está, preparada.

No puedo decir, insisto, acerca de qué hablamos. De los miedos. De la gente libre que no lo es, que tiene la suficiencia y la inteligencia de hacer pensar a los otros, los de afuera, que sí. De las pérdidas. De los encuentros. De las coincidencias. De la fe. De algo que quisiera reconstruir, algo que me dijo Platos, una frase, o una idea, que desconozco si era tal, o es la que quiero creer que me dijo. Recuerdo, fuertemente, que me dijo que a él lo había enamorado mi cabeza, no mi culo. Recuerdo que me dijo algo del espíritu. Algo de que íbamos al mismo lado por lugares distintos, o al encuentro del mismo deseo.  Algo del espíritu.. ¿quizás, que sentía una conexión desde su espíritu con el mío? 

Nos dormimos juntos. Nos despertamos al rato, al minuto, o a la hora, para coger, a lo oscuro. Para que al rato prenda la luz y nos miremos a los ojos. Desconozco con qué ojos lo miré. Dormimos luego, nuevamente.

Esta mañana, me desperté de mal humor. Sentía todo revuelto, vejado. Aún lo siento. Siento que a esa charla le faltó una lágrima. O algunas, mías. Al mediodía, llegué a mi casa, descompuesta. Intenté, con dificultad, recrear la noche, contándole a mi amiga, mi compañera de casa, lo que había pasado. Ella escuchó con atención mi verborragia, por mucho rato, para concluir, ambas, que no estaba diciéndole nada. Que no podía recrear esa charla, quizás por el cansancio, por estar desprevenida, por venir de cumpleaños y Fernet. Que había soñado con algo pero no me acordaba qué. Hoy, despierta, sobria, en paz, puedo asegurarlo.

Ayer hablamos de algo, con Platos. No me acuerdo qué, pero algo se rompía.-



Hoy escribo desde la felicidad. Completa, entera, plena, magnífica, deseada, emotiva, eterna. Escribo desde un lugar que no es el de mujer histérica, ni el de chonga enamorada. Tampoco el de ex abandonada, ni el de pelotuda indignada. Hoy escribo desde el alma grande, grandísima, desde el cigarrillo esperado y la copa de festejo. Desde el olor a calabaza asada que viene de la cocina, y el sonido del llamador de ángeles del lavadero. Escribo desde las melodías de una canción regalada, las noticias de inundaciones, la sonrisa del alma. Escribo desde el placer de haber derrotado, en un año, todos esos obstáculos autoimpuestos que interferían en esto que siento ahora, la emoción desconmensurada de haberme superado, de haber vuelto a nacer, finalmente, de haberme levantado, para nada superpoderosa, sino más bien superhumana.

El motivo es sencillo, y a su vez, complejísimo. Acabo de sacar, vía web, un pasaje, único, entero, a las tierras españolas, para ver a mi hermana, su marido, y mi sobrino, después de ocho años. OCHO AÑOS sin parte de mi YO. Ocho años en los cuales pasaron tantas, tantísimas cosas. Desde el término de mi etapa adolescente, pasando por numerosas internaciones, convivencias, amores, desencuentros, desengaños, sonrisas, lágrimas -muchas-, borracheras, hasta el día de hoy, donde estoy acá, de camisón rosado con volados, de tele prendida, en una casa que no es mía pero supe hacerla.

No puedo evitar, sin temer de pecar en vanidosa o en "yoísta", como supieron decirme, el hecho de sentirme orgullosa de mi misma. Cuando comienzan los primeros vientos cálidos, comienzan los primeros balances, de los cuales, hasta el más escéptico, no puede escapar. Un año en el cual rompí numerosas barreras. Este año, logré irme de mi casa materna, a modo de orden, a conquistar un mundo: el mío. Conseguí un trabajo que me hace feliz, compartiendo mis días con personas hermosas. Supe encontrar mi lugar en el mundo: mi fantástica bicicleta, que me traslada casi mágicamente, de un lugar a otro, impensado, en tan solo minutos. Como supe trasladarme yo, desde esa niña que temía tanto, a hacer sus sueños realidad. Conocí gente, mucha, que desde lo más simple hasta lo mas grandioso, me enriqueció el alma. A todos ellos agradezco hoy, por estar a mi lado, en lo mundano, y en las miserias. Sé que este año fue, para mi al menos, revelador. Me convertí, en apenas unos meses, en la mujer que esperaba ser, al menos, en este momento de mi vida.

Sospecho que no estoy diciendo mucho. Solo bebiendo de mi copa, en soledad, brindando conmigo misma por todos mis logros. Aquí, sentada, sin más nada que decir que somos poderosos, muchísimo. Como subí ese cerro, el Uritorco, hace años, de noche, fumadora, con la zapatilla rota. Cuando llegue a la cima, al amanecer, en la cruz, y entendí que era capaz de hacer todo lo que me propusiera. Hoy lo confirmo, lo afirmo, lo sostengo, como levanto a la inmensidad, reitero, esta copa. Para festejar que yo, y todos ustedes, somos seres, individuos, cargados de un potencial infinito.

Sólo quiero decir que, en un mes y una semana, estaré abordando un avión -por primera vez en mi vida-, para recibir mi cumpleaños número 25 en el aire, en soledad, pero más plena que nunca, cruzando el océano para reencontrarme con aquello que creí perdido. Hagan la lectura que deseen hacer.

Los invito, pues, a levantar todos su alma, su cuerpo, su espíritu, y sobretodo, su copa, para brindar, porque somos capaces, absolutamente, y lo afirmo, de todo lo que nos propongamos.

¡Salúd!.-


Bien es sabido que tengo un tema con el lenguaje. Una especie de fijación extraña, ligada a mis años de psicoanálisis, a mi necesidad de encontrar la sonoridad en las palabras, el por qué de las elecciones de las mismas, la presencia de segundos y terceros mensajes en una frase al pasar, una palabra y no la otra, que parecieran decisiones tomadas de manera arbitraria, pero que entiendo no lo son.

Ayer hice una bicicleteada nocturna con un amigo que quiero mucho. De esas pedaleadas que te conducen a ningún lado, aparentemente, pero que a mi me llevó transpirada por mágicos recorridos: Carlos Calvo, Valle, Acuña de Figueroa, Corrientes, Quintino. Pero más aún, en el desenfrenado gasto calórico y el movimiento inerte, me ayudó a colocar en palabras jadeadas una idea que venía madurando hace unos días. La idea de la pertenencia ligada a la palabra. Alguna vez lo pensé ya, lo escribí. Esa elección del vocablo, con tintes sociales, culturales, históricos, pero que claramente condicionan. Cómo desde el lenguaje que pareciera mundano se están diciendo tantas cosas que no escuchamos, pero se dicen, se hacen, se sufren.

Puntualmente, pensaba en la unión civil del matrimonio. Dos seres humanos que, por motivos de amor, conveniencia, dinero, soledad, miedo, división de bienes, ciudadanías, mandatos, eligen, además de ser individuos, ser una sociedad conjunta, dos partes que se suman para crear algo nuevo que, en el mejor de los casos, complemente su individualidad, y en el peor, la reemplace. Una elección que se materializa en un registro frente a la presencia del juez, en una iglesia frente a los ojos de Dios, en una playa frente a la inmensidad del mar, en Las Vegas frente al disfraz de un falso Elvis, en una estancia frente a las tías chotas. En fin, una unión que, además de todo eso que cada uno de ustedes sabe o imagina, incluye un detalle ignorado pero de magnitudes abismales: la transferencia del apellido.

El apellido de nacimiento es algo que nos marca, nos incluye, nos identifica. La identidad. Yo llevo el mío, ligado a mis dos nombres, desde el día que nací. Me une con mis hermanas, con mis sobrinos, con mi padre, mi madre, mi abuelo, los moros, los españoles, los italianos, una historia puntual, única, ancestral. Supongamos que un día me case, sea por lo que fuera. De un momento al otro, según la tradición, mi identidad se completaría con un apellido ajeno, el del ser elegido: en ese momento, mi identidad pasaría a ser otra, mas.. ¿completa? Posesiva. Pues dejaría de ser quien soy, Zahira Nahir Abate, para ser ante la ley, las entidades bancarias, y las vecinas de barrio, "la señora DE". Zahira Nahir Abate DE tatata. De. Soy de. Dos letritas pedorras, pedorrísimas, que indican pertenencia, posesión, casi un activo del otro. ¿DE quien es esa bici? DE Zahira. Es mía. La compré, la robé, la gané, me la regalaron, no importa. Ahora es mía. Mía, MÍA y solamente mía. Entonces, si me caso, si paso a ser DE, ¿soy suya? ¿Sería de su posesión, de su pertenencia, de sus activos? ¿ Me habrían comprado, robado, ganado, me habrían regalado al otro? No importa. El tema es que soy de otro, como una bici, como una birra, como un celular, como un lápiz, como una birome, un auto, un sueldo, una guitarra, un plato. SOY DE OTRO. Pero ni siquiera: porque sería un activo de la familia del otro. Frente a un momento histórico como el de hoy, donde la mujer vota como un hombre, garcha como un hombre, trabaja como un hombre, bebe como un hombre, viaja como un hombre, conduce como un hombre, adquiere bienes como un hombre, me pregunto, cuánto avanzó ese feminismo tan choto que nos gusta creer. ¿Quien de ustedes conoce a un hombre que, al decidir la unión civil con otra mujer, agregue a su nombre y apellido, a su identidad, la pertenencia cual objeto a la mujer que elige? No me jodan. ¿Quien de ustedes dijo, siendo hombre, o escuchó decir, siendo minita, "soy tuyo", en la cama, desnudos, extasiados, con el pucho en la mano y la lengua afuera? NADIE.

Esta reflexión, que traigo hoy, con tanto calor, está ligada a un deseo ambiguo: el social y cultural, de SER SUYA, de ser del otro, como dos enamorados de novela, como dos pelotudos que se cogen y se creen irónicamente posesión y dueños del otro, y, a su vez, mi rebeldía, al decir, y pensar, que SOY MÍA, de nadie mas. Nadie me compra, nadie me roba, nadie me gana, nadie me regala. Como desde el comienzo de estás crónicas, por las que pasaron tantos personajes, reales, tangibles, amados u odiados, pero siempre desligados de su identidad, aquello que los hace únicos. Yo elegí quienes serían. Auténtico, el Chico con Plumas, el Chico de las Cinco y Cuarto, Platos, tantos que ni recuerdo. Entidades desprovistas de identidad. Casi objetos.

Hoy, entiendo que lo más importante es quien elegí ser, y quien sigo eligiendo: Zahira, yo, mía. Zahira Nahir Abate DE Zahira Nahir Abate. Y que nadie ni nada se atreva a atentar contra eso.

¿Está mal?.-