Hace muchos días, comenzó a tomar forma la idea de viajar. La mía. De darle un cierre a este año glorioso, con otra gloria a mi favor. Comenzó, no entiendo bien por qué, pero sí recuerdo de qué manera: llamando desde mi trabajo, una tarde cualquiera, a un 0800 para pedir turno para solicitar mi pasaporte. Dos días después, allí estaba, toda pintarrajeada, sacándome una foto en un registro nacional de las personas.

Luego lo recibí, y comencé a idear la parte económica del plan. Me fui a un banco, el de la esquina de mi no tan nueva casa, a pedir un préstamo, unas tarjetas, algo, que me permitiese sacar un pasaje y costear mi estadía. Y me lo dieron, pronto, prontísimo. Muchas lucas en crédito que me permitirían concretar mi traslado.

Seguí con la parte burocrática y de papeleo. Saqué boletos de viaje, pedí al fisco autorización para comprar moneda extranjera, solicité a mi hermana española una Carta de Invitación, pagué una Assist Card, retiré de la institución bacaria una nota que daba credibilidad a mi situación económica. Hice todo, todo lo complicado, los trámites, las movidas, todo, menos una cosa.

Todavía, y a día y medio de mi partida, no puedo armar la valija. Simplemente no puedo. Solo debo meter unas calzas, unos vestidos, unas bombachas, y las cámaras de fotos, en un cuadrado rojo con ruedas que me presta mi compañera de casa. Pero, simplemente, no puedo. Eso que describen como "la parte más emocionante del viaje", ese detalle casero, cómodo, de música y whisky en casa, de soledad o compañía, no puedo concretarlo.

Imagino miles de razones por las cuales no estoy lográndolo. La más acertada se asocia al hecho de que, si comienzo, si avanzo, si termino, estaría lográndolo. Y para algunas personas, los logros llegan cuando podemos sortear esas innumerables barreras que nos autoimponemos. Que no tengo el pasaporte, que no tengo dinero, que no tengo hospedaje, que no tengo seguro. Pero todo eso ya está listo. Solamente, me resta aquello, lo más simple: meter unos trapos en un bolso. Y no puedo. El boicot eterno que algunas personas, día a día, intentamos derrotar, cuando no nos dejamos derrotar por él.

En dos días estaré cumpliendo mis veinticinco años en el aire, sola, completa, eterna.

Y aún así, no puedo.-

Esta última semana procesé cosas, bastantes. Incentivada por el incipiente fin de año y el cercano fin del mundo, claro. Cosas que procesé en un bondi, en una charla, en la cama. Cosas que no escribí y que ahora no recuerdo. Pero las tengo por aquí, en alguna parte. Entonces, me siento en la pc, con la botella de vino y el atado de cigarros, con uno de mis discos elegidos a la hora de escribir, casi como una seguidilla de estornudos, un ejército de palabras que desconozco hacia donde van pero, confío, lo hacen hacia buen puerto.

Quizás sea el momento de pedir unas disculpas públicas, que aseguro no llegarán a todos los que deseo, pero estimo llegarán a algunos.

Estas disculpas son para todos aquellos que negué estos últimos días. Personas cercanas, lejanas, e incluso personas ausentes, que reclamaron mi presencia. Seres que, excusados con la realidad de mi pronta -y breve- partida, la llegada de fin de año, o la existencia de mi cumpleaños que fue pero no, quisieron facilitarme innumerables cervezas, se autoinvitaron a mi casa, me proporcionaron un sin fin de eventos, salidas, reuniones, y agasajos. A todos ellos, a todos ustedes, a los reales y a los virtuales, quiero hoy, pedirles mis más sinceros perdones, pues a todos y cada uno, le dije que no.

Esta negativa tan rotunda no se debe a una cuestión de tiempo y organización pre viaje, como supe decir cada vez. Tampoco se debe a mi falta de dinero, de traslado, de interés por cuestiones sociales, musicales, o etílicas. Tampoco a energías, ni a exigencias, ni a obligaciones impostergables. Incluso, me he excusado de un evento con otro, que a su vez fue excusado por un tercero, que lo fue por el primero. Mi negativa no se debe al estrellato ni a la vanidad en la que a veces caemos los simples mortales. No señores. No se debe a ninguno de estos factores, sino a uno solo: NO PUEDO. Mi cabeza no puede, mi cuerpo no puede, mi alma no puede. Los últimos días, en la recta final de mi año laboral, mi año calendario, y la actual era que abandonaremos en apenas una semana, fueron para mí agotadores. Fueron días en los cuales finalicé algunas cuestiones personales, y comencé a abrirme para las nuevas. Días en los que lloré por pérdidas, y también por conocer realidades que no quise ver. Días en los cuales caí en la cuenta de la proximidad de mi viaje, para reencontrarme con mi sangre, y quizás encontrarme a mi misma. Días en los cuales cuestioné algunos supuestos. Días en los cuales, en mi urgencia por encontrar algo de paz, rompí vasos, retomé terapia, fui a trabajar rendida, extrañé mi bicicleta, fume muchísimo tabaco, dormí escasas dos horas por noche, para seguirlas por eternas jornadas, que a su vez seguí con sueños plenos y profundísimos. Este año, anticipando un cambio astral, cambié mi vida. Mi manera de vivirla, no desde el hecho conciso, sino desde la manera de ver, de posicionarme, de conectarme.

Puedo creer que para todos ha sido un año maravilloso, un año miserable, un año extenuante y un año chato. Todas las variables coincidiendo en una única vuelta solar. Condiciones que, en un humano promedio como yo, producen desvaríos y noches de embriaguez.

En fin. No quisiera extenderme mucho más, pues lo que vine a decir es una sola y única cosa: mis disculpas, a todos aquellos que desde el afecto y la buena voluntad, quisieron compartir un momento conmigo, para encontrarse negados. Me cuesta mucho decir que no, sobretodo cuando sé que las intenciones son buenas. Pero, en este momento, y como dijo una de mis hermanas hace semanas apenas, en este momento, extrañamente, deseo estar sola.

Encontrarme, como vine haciendo estos meses. Encontrando algo nuevo que llevé encima estos casi veinticinco años: a mi, a Zahira. Y aquí me tengo. A ver, ahora, que logro hacer con toda esta mujer que tenía tan celosamente guardada. 

Elegiré, en estos dos días que quedan hasta mi partida, guardarla un poco más. Para mí.-

"Prometeme algo. Cuando te pongas en pedo, no me llames: escribí". Y ahí termino, esta vez enserio, real, la historia con él. Con Platos. Breve, brevísima. Tan breve e inexplicable como la noche de ruptura. La de mi festejo por la vida.

No tengo deseos de escribir. No quiero pensar, ni quiero beber. No quiero llamarlo. No quería este desenlace. Pero siento que debía alguna explicación, en este espacio, para aquellos que leyeron su historia. "Dejá de escribir nuestras historias", me dijo una vez. Dejaré, pues, de hacerlo. Porque ya no habrá "nuestras". La suya seguirá en su camino. Y la mía, en el mío, que es otro, desconocido, pero necesario. Seguiré escribiendo, pues, la mía, que no tiene final, mientras me funcionen los dedos, la cabeza, el corazón, y el wifi.

Casualmente, mi escritor favorito es Abelardo Castillo. Uno que eligió escribir una única obra, eterna, de cuentos, que a cada edición se renueva, y agrega sus nuevas creaciones, fantásticas, increíbles, y cotidianas. Quizás sea mi elegido porque, de igual manera, yo soy así. No puedo darle fin a esto. He dado fin a algunas historias de amor, a algunas citas, a algunos momentos, a situaciones, a días y a noches, a llantos y a risas, a sentimientos tóxicos y a otros no tanto. Pero a la mía, a mi historia, no. Incluso cuando quise terminarla, no pude. No me salió, ninguna de todas esas veces. Porque tenía que quedarme acá. Para vivir, para escribir, y para festejar. El otro es accesorio. Es un motivo para seguir, como todos los otros motivos, que me llevan a sentir, que me vuelven plena y miserable de un momento a otro.

En fin. Mi deber era informarles a ustedes que esto, realmente, terminó. En fin. O en principio. Porque siempre un fin es un nuevo comienzo. Pronto vendrá otro, que luego se irá, para seguirse de otro que se vaya, y de otro, otros, cientos, miles, ningunos. Y siempre yo, acá, de pie, con las cicatrices de cuerpo y las de alma. Pero entera, a mi manera. Y adelante. 

Nunca hacia atrás. Mis agradecimientos, pues, a lo que me toca.-

Otra vez. Otra noche. Otra hoja mentirosa en blanco. Hoja que no es más que luces que me envía una pantalla, ésta, la prestada, fingiendo serlo, para permitirle a mis cansados pero inquietos dedos generar pequeños golpes que se convertirán en letras, palabras, y escritos.

Suenan, también, palabras en el aire. "Cada día pienso en ti  pienso un poco más en tí, se destruye algo de mí". La voz es autóctona y una orquesta tímida suena, por detrás, acompañada de algunos arpegios. Y pensando, en ese ti que hoy elijo, pienso, también, en mí. En la necesidad de pensar.

"Amanece y pienso en tí". 

Hoy, mi pensar está muy lejos, tan lejos como los últimos ocho años, pero tan cerca como las siguientes semanas. Tan lejos como tantos miles de kilómetros que no sabría precisar con ninguna exactitud, pero tan cerca como unas horas de un vuelo que logré conseguir con la sola determinación de conseguirlo, sin un peso, ni un dólar, ni un euro. Tan lejos como haber perdido porcentajes enormes de la vida del otro, pero tan cerca como la certeza de saber que la sangre es sangre. Que la vemos e impresiona, pero la llevamos y une.

Hoy, insisto, puedo decirle a alguien "basta, no me sirve, gracias, adiós", quizás, y solamente quizás, por el hecho que mi pensar está puesto en un reencuentro que durante tantos años pensé inalcanzable. Pero aquí está, latente, llevándome todos los días a despertar, amanecer, pensando, sabiendo, asegurando, que está cercano como el cigarrillo prendido y la guitarra que intenté afinar con poco éxito minutos atrás.

Hoy, puedo elegir desprenderme de una ilusión que creí y que creé por necesidad. Pero hoy, vuelvo, no la necesito. El reencuentro pesa más que el encuentro. Porque el reencuentro conlleva una pérdida anterior, que dolió, que duele, que se lloró y desapareció, para aparecer, nuevamente, un renacer, casi como un ánima, que sorprende y llena.

Brevemente, diré que luego del desencuentro con Platos, hubo un encuentro que me llenó, una charla que me conformó, un acuerdo que, días después, hoy, desapareció, volviendo el descontento, la falta, el enojo, y la posterior decisión casi lúcida de mi parte de escribirle un rudimentario mensaje de texto. "No me llames más. Estás muy ocupado para mí. No me sirve. Te deseo lo mejor, Platos. Te voy a extrañar, algo. Lamento habernos encontrado así. Abrazo de espíritu". Ahora, hoy, sin respuesta, no me angustio, no me enojo, no me maquino ni me cuestiono. Porque es hoy que faltan doce días nada más para mi despegue, para cumplir mis veinticinco en el aire, sola, conmigo misma, mi ser más preciado. Y luego, casi un día después, llegaré a tierras ibéricas para el reencuentro que realmente ansío. Ese que es con la sangre. Con las lágrimas derramadas y por derramar. Con los afectos innatos, de siempre, y para siempre.

Cada día pienso en ti, hermana. Y pronto, no hoy, pero pronto, estaré abrazándola. A ella, no solo con el espíritu. Con el corazón, con los brazos, con los ojos cerrados y el alma plena.-