Volviendo a las bases en un día crítico.

De más está decir que, desde la última vez que me senté a escribir, no solo han pasado días, quizás cien, sino además muchas cosas en mi cabeza, en mi forma de vivir, en mi cuerpo. La historia que comencé a contar, que pronto será relatada con propiedad, la dejaré por ahora a un lado, para comentarles como hoy, unos dos, tres, o cuatro meses después, sentada en mi escritorio laboral, decidí nutrirme de Ad-Lib Blues, música de cabecera para mis dedos curtidos pero achanchados, que intentan formar algo de coherencia en mis palabras para, quizás, lograr darle coherencia a mis días.

Hoy contaré lo siguiente. Contaré como amanecí enojada y con poco tiempo, con mi gato viejo, en mi casa nueva, que con tanto esfuerzo y endeudándome a cinco cifras, logré conseguir. Desayuné y salí a la calle, como todos los días, con mi bicicleta, para dejar la ropa en el lavadero, y seguir camino a mi puesto laboral. En medio del camino, un chongo, posterior al Amante, que no merece mayor nombramiento que éste, me habló vía medio electrónico, para discutirme, boludearme, y enojarme más todavía. Una vez en mi puesto, un compañero me rompió SOBERANAMENTE las pelotas hasta que, a los gritos, me levanté de mi puesto y me dirigí a la calle, para escaparme de este ambiente que me hacía tan mal. Y ahí, cuando me había calmado, con la compra del supermercado en una mano, y el celular en la otra, aguardando cruzar Paseo Colón, un adorado y reverendísimo hijo de puta, me arrebató el teléfono de la mano. Subí a las puteadas limpias al segundo piso del edificio, llamé al 911 desde mi escritorio y, acto seguido, me largué a llorar.

Y lloré.

Esta crónica solo es el preámbulo de lo que realmente me está sucediendo: estoy AGOTADA y SATURADA. Pero sobre todas las cosas, ENOJADA, enojadísima, no se bien con quién ni por qué. Con el amor, con la vida, con las injusticias, con mis deudas, con mis malas decisiones, con las historias que no son y que no han sido, pero tampoco serán, con los chorros, los compañeros que no comprenden, con la gente que no acompaña, con los tacheros que me putean en bicicleta y los pelotudos que me dicen guarangadas hasta que les susurro, bajiiiito pero firme, “te voy a romper todo el auto”. Y con muchísimas cosas más que no sabría identificar, que no sabría mencionar, o que no sabría especificar en los apenas ocho minutos laborales que me quedan hasta el momento que envíe a Supervisión mi productividad, levante el chiquero de mi escritorio, publique estas palabras en Crónicas, y guarde en mi bolso las cosas que compré en el supermercado hoy, mas temprano, antes de que roben mi celular, única conexión con el mundo, y luego de que me peleen tanto los chongos como aquellos que creemos amigos y a duras penas saben ser compañeros.

Quisiera, solamente, sentarme a escribir la noche entera, con mi jazz, mi whisky, y mi cigarro, en la semioscuridad del cuarto que me toque, y creer que, a cada golpeteo en el teclado, mi cabeza esté mas cerca de descansar en paz.

Como he dicho, volviendo a las bases. Cuando hace tres años y mil experiencias atrás, comencé a escribir aquí, enojada con el mundo, escuchando a mi Oscar Peterson, con su fantástico Ad-Lib Blues.-