Hoy escribo llorando. Hacía mucho
que no lloraba, algunos meses. Pero si hay algo que aprendí con los años es
que, así como es inútil aguantar la carcajada, también lo es reprimir el
llanto. No sabía puntualmente por qué sentía esa necesidad inconmensurable de
llorar, ganas que fui aguantando y que se canalizaron en una alergia y ahora en
unos nervios tales que me está costando respirar.
Cuando deseo llorar y no tengo
motivos -no al menos motivos claros- acudo o bien a mi canción de llorar, o
bien a ese libro que me regaló mi madre, o bien a un escrito de un amigo de
cuando era adolescente, que contiene, a mi entender, las verdades mas ciertas
del Universo. Hoy acudí al libro. Y allí leí unas palabras que me desataron el
torrente: no temas amar a alguien total y
completamente.
Bien. Yo no estoy enamorada, y dudo
alguna vez haberlo estado. Sí quise mucho, muchísimo. También me obsesioné, me
encapriché, y me acostumbré al otro. Y si bien no amé, o no me enamoré, en el
real sentido de la palabra, de sentir AMOR por el otro, por el compañero que me
haya tocado, cada vez que llegó el final a cada una de mis historias me sentí
vacía, sola, aterrada, perdida, desamparada, triste, tristísima, incluso me he
sentido morir o he deseado morirme. No puedo evitar, entonces, al comenzar esta
historia nueva, temer nuevamente a sentir todo aquello que sentí tantas veces.
Sé que esta historia no es igual a ninguna otra, pues ninguna fue siquiera
similar a una posterior o anterior, pero siempre el miedo permanece. El miedo
queda, como al ver a mi hermana, que alguna vez tuvo cáncer, y que siento
miedo, al verla, pese a su excelente salud, temiendo que vuelva a caer, ella u
otro, pero sobretodo ella. Lo que pasa, entonces, es que cada vez que me veo
comenzando una nueva historia, recuerdo de manera casi imperceptible a la
Zahira de los finales, el harapo, la pérdida de la autonomía y del autocontrol.
Y me da miedo, mucho miedo, de que vuelva a suceder.
Me da cierta pena, pues mi nuevo
compañero es nuevo en todo esto. Y tiene muchas ilusiones y mucho deseo. Hoy hablamos,
y me dijo algo así como que el cuerpo me picaba porque lo extrañaba. Que me
picaba por su falta. No creo oportuno decirle jamás que es más probable que
esta alergia sea a su presencia más que a su falta. Y no es algo personal con
el, sabemos. Es algo propio mío.
Pero así como mi hermana luchó
alguna vez con su cáncer, sin dejarse morir, yo seguiré luchando con mis
miedos, sin dejarme caer. Sin perder la esperanza de que esta vez salga todo
bien, que aunque no exista la eternidad, exista la paz, el disfrute, y en el
peor de los casos, los finales en buenos términos.
Deseo algún día sentarme frente
al tornado y dejarlo que pase por mi cuerpo, temiendo que me levante y me vuele
por los aires, pero que solo pase, y que haya valido la pena.
Deseo enamorarme antes de tener
miedo. Deseo, pese a los miedos tempranos, elegir enamorarme. Construir con el
otro. Que el otro siempre es bueno, en mi caso, aunque no funcione. Confiar en
lo bueno del otro, y en que lo malo tarde o temprano será secundario. que no
tendré miedo, sobretodo, que nada me asuste, que nada me paralice, que siga
avanzando, día a día, semana a semana, hacia el frente, sin temer. Pues lo que
siento es muy parecido al miedo a la oscuridad. ¿A qué le tememos tanto en lo
oscuro? ¿a los fantasmas, a los monstruos, a los ladrones, a las cucarachas?
¿y si no hay nada de eso, por qué seguimos temiendo?
¿A QUÉ LE TENÉS TANTO MIEDO,
ZAHIRA? ¿A QUÉ LE TENÉS TANTO MIEDO?