En nueve días se vence mi
contrato de alquiler. Nueve días para cumplir cinco meses de vivir en esta
casa. Cinco meses, pues por un error de tipeo, septiembre fue agosto, como
cuando al comprar media docena de huevos uno viene roto y pegoteado al cartón. Cuando
entré a este espacio, sabía que sería clave: aquí me encontraría, me
descubriría, en la soledad, en el no condicionamiento ajeno, en el tiempo que
se sucede a mi merced. El primer mes lo fue. Recuerdo las noches que pasé, sin
luz y sin gas, pintando las rojas paredes de un blanco imperfecto, comiendo
ensaladas y atún en lata a falta de fuego y ollas, durmiendo incluso en el
piso, entre frazadas salpicadas de pintura y almohadones traídos en una bolsa,
en mi bicicleta. La casa estaba limpia para mí. No tenía historias contadas, ni
olores impregnados, ningún rincón me recordaba a nada y en cada uno de ellos
podía desplegar mi imaginación y mi esencia de la manera que quisiera, con
aromas avainillados y pequeñas plantas que supieron crecer, mirando mi calle a
través de una ventana fantástica. Poco a poco fui poblando esos mundos dentro
de mi sistema. Yo, como un sol, nutría y creaba vida en una cortina de baño, un
tacho de basura naranja, un placard armado con paciencia y tiempo, un gato que
había dejado esperándome dos años atrás. Y así estaba, conociéndome,
conociéndonos con este sitio, con este barrio, con nuevas maneras, que eran las
aprendidas, apropiadas, modificadas, adaptadas. Pero algo pasó.
Un día me encontré yéndome mucho
del lugar que soñé. Yéndome físicamente, pero no siempre. Estando con el cuerpo
pero no con el alma ni con la mente. De un momento a otro, mi deseo ya no
estaba en buscar dentro de casa, sino en esperar en el afuera, en El Otro. Un Otro
que tomó nombre, uno conocido por todos, que hoy no mencionaré. El único que
tuvo nombre en este espacio que es mío también, la escritura. Uno que tuvo
apodo para luego cobrar identidad, e ir ocupando de a poco, o de repente,
espacios donde la única con identidad y nombre era yo misma. Tanto fue creciendo,
que yo, de a poco, me fui perdiendo. Y me encontré, de repente, casi cinco
meses después, dejando mi deseo de lado, o aún peor, no sabiendo que deseaba.
Es muy difícil el momento en el
cual descubrimos que no sabemos quiénes somos, incluso estando en donde
pensamos que nos encontraríamos, inclusive teniendo todo aquello que fuimos
logrando, los éxitos y las miserias, en el afán de descubrirnos y amarnos y
alcanzarnos plenos. Es muy difícil, cierto, pero también es muy revelador.
Porque en el momento donde nos damos cuenta que dormimos con un extraño quizás
la respuesta sea comenzar a conocerlo para que deje de ser desconocido. La respuesta más simple siempre es la
correcta, me dijo ayer un amigo que me regaló el Universo, un amigo que
gané y que conservo aún.
Quizás sea tiempo de dejar de
ganar y acumular, y comenzar a conocer eso que hemos ido acumulando en los años
que nos tocó vivir. Al menos lo es para mí. Hoy decido, empezar a conocerme,
para no seguir durmiendo con un extraño, sino conmigo misma, que tanto he ido
mutando, esperando conocerme y sorprenderme.
Un día, despertaré plena,
abrazada a mi Sol, rodeada de mis mundos en mi propio sistema. Ese día, quizás
decida que mi estrella se fusione con otra, para ser más fuertes y luminosos. O
tal vez no.
Lo decidiré, pues, a medida que
vaya recorriendo mi propio camino.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario