Hace muchos días, comenzó a tomar forma la idea de viajar. La mía. De darle un cierre a este año glorioso, con otra gloria a mi favor. Comenzó, no entiendo bien por qué, pero sí recuerdo de qué manera: llamando desde mi trabajo, una tarde cualquiera, a un 0800 para pedir turno para solicitar mi pasaporte. Dos días después, allí estaba, toda pintarrajeada, sacándome una foto en un registro nacional de las personas.

Luego lo recibí, y comencé a idear la parte económica del plan. Me fui a un banco, el de la esquina de mi no tan nueva casa, a pedir un préstamo, unas tarjetas, algo, que me permitiese sacar un pasaje y costear mi estadía. Y me lo dieron, pronto, prontísimo. Muchas lucas en crédito que me permitirían concretar mi traslado.

Seguí con la parte burocrática y de papeleo. Saqué boletos de viaje, pedí al fisco autorización para comprar moneda extranjera, solicité a mi hermana española una Carta de Invitación, pagué una Assist Card, retiré de la institución bacaria una nota que daba credibilidad a mi situación económica. Hice todo, todo lo complicado, los trámites, las movidas, todo, menos una cosa.

Todavía, y a día y medio de mi partida, no puedo armar la valija. Simplemente no puedo. Solo debo meter unas calzas, unos vestidos, unas bombachas, y las cámaras de fotos, en un cuadrado rojo con ruedas que me presta mi compañera de casa. Pero, simplemente, no puedo. Eso que describen como "la parte más emocionante del viaje", ese detalle casero, cómodo, de música y whisky en casa, de soledad o compañía, no puedo concretarlo.

Imagino miles de razones por las cuales no estoy lográndolo. La más acertada se asocia al hecho de que, si comienzo, si avanzo, si termino, estaría lográndolo. Y para algunas personas, los logros llegan cuando podemos sortear esas innumerables barreras que nos autoimponemos. Que no tengo el pasaporte, que no tengo dinero, que no tengo hospedaje, que no tengo seguro. Pero todo eso ya está listo. Solamente, me resta aquello, lo más simple: meter unos trapos en un bolso. Y no puedo. El boicot eterno que algunas personas, día a día, intentamos derrotar, cuando no nos dejamos derrotar por él.

En dos días estaré cumpliendo mis veinticinco años en el aire, sola, completa, eterna.

Y aún así, no puedo.-

Esta última semana procesé cosas, bastantes. Incentivada por el incipiente fin de año y el cercano fin del mundo, claro. Cosas que procesé en un bondi, en una charla, en la cama. Cosas que no escribí y que ahora no recuerdo. Pero las tengo por aquí, en alguna parte. Entonces, me siento en la pc, con la botella de vino y el atado de cigarros, con uno de mis discos elegidos a la hora de escribir, casi como una seguidilla de estornudos, un ejército de palabras que desconozco hacia donde van pero, confío, lo hacen hacia buen puerto.

Quizás sea el momento de pedir unas disculpas públicas, que aseguro no llegarán a todos los que deseo, pero estimo llegarán a algunos.

Estas disculpas son para todos aquellos que negué estos últimos días. Personas cercanas, lejanas, e incluso personas ausentes, que reclamaron mi presencia. Seres que, excusados con la realidad de mi pronta -y breve- partida, la llegada de fin de año, o la existencia de mi cumpleaños que fue pero no, quisieron facilitarme innumerables cervezas, se autoinvitaron a mi casa, me proporcionaron un sin fin de eventos, salidas, reuniones, y agasajos. A todos ellos, a todos ustedes, a los reales y a los virtuales, quiero hoy, pedirles mis más sinceros perdones, pues a todos y cada uno, le dije que no.

Esta negativa tan rotunda no se debe a una cuestión de tiempo y organización pre viaje, como supe decir cada vez. Tampoco se debe a mi falta de dinero, de traslado, de interés por cuestiones sociales, musicales, o etílicas. Tampoco a energías, ni a exigencias, ni a obligaciones impostergables. Incluso, me he excusado de un evento con otro, que a su vez fue excusado por un tercero, que lo fue por el primero. Mi negativa no se debe al estrellato ni a la vanidad en la que a veces caemos los simples mortales. No señores. No se debe a ninguno de estos factores, sino a uno solo: NO PUEDO. Mi cabeza no puede, mi cuerpo no puede, mi alma no puede. Los últimos días, en la recta final de mi año laboral, mi año calendario, y la actual era que abandonaremos en apenas una semana, fueron para mí agotadores. Fueron días en los cuales finalicé algunas cuestiones personales, y comencé a abrirme para las nuevas. Días en los que lloré por pérdidas, y también por conocer realidades que no quise ver. Días en los cuales caí en la cuenta de la proximidad de mi viaje, para reencontrarme con mi sangre, y quizás encontrarme a mi misma. Días en los cuales cuestioné algunos supuestos. Días en los cuales, en mi urgencia por encontrar algo de paz, rompí vasos, retomé terapia, fui a trabajar rendida, extrañé mi bicicleta, fume muchísimo tabaco, dormí escasas dos horas por noche, para seguirlas por eternas jornadas, que a su vez seguí con sueños plenos y profundísimos. Este año, anticipando un cambio astral, cambié mi vida. Mi manera de vivirla, no desde el hecho conciso, sino desde la manera de ver, de posicionarme, de conectarme.

Puedo creer que para todos ha sido un año maravilloso, un año miserable, un año extenuante y un año chato. Todas las variables coincidiendo en una única vuelta solar. Condiciones que, en un humano promedio como yo, producen desvaríos y noches de embriaguez.

En fin. No quisiera extenderme mucho más, pues lo que vine a decir es una sola y única cosa: mis disculpas, a todos aquellos que desde el afecto y la buena voluntad, quisieron compartir un momento conmigo, para encontrarse negados. Me cuesta mucho decir que no, sobretodo cuando sé que las intenciones son buenas. Pero, en este momento, y como dijo una de mis hermanas hace semanas apenas, en este momento, extrañamente, deseo estar sola.

Encontrarme, como vine haciendo estos meses. Encontrando algo nuevo que llevé encima estos casi veinticinco años: a mi, a Zahira. Y aquí me tengo. A ver, ahora, que logro hacer con toda esta mujer que tenía tan celosamente guardada. 

Elegiré, en estos dos días que quedan hasta mi partida, guardarla un poco más. Para mí.-

"Prometeme algo. Cuando te pongas en pedo, no me llames: escribí". Y ahí termino, esta vez enserio, real, la historia con él. Con Platos. Breve, brevísima. Tan breve e inexplicable como la noche de ruptura. La de mi festejo por la vida.

No tengo deseos de escribir. No quiero pensar, ni quiero beber. No quiero llamarlo. No quería este desenlace. Pero siento que debía alguna explicación, en este espacio, para aquellos que leyeron su historia. "Dejá de escribir nuestras historias", me dijo una vez. Dejaré, pues, de hacerlo. Porque ya no habrá "nuestras". La suya seguirá en su camino. Y la mía, en el mío, que es otro, desconocido, pero necesario. Seguiré escribiendo, pues, la mía, que no tiene final, mientras me funcionen los dedos, la cabeza, el corazón, y el wifi.

Casualmente, mi escritor favorito es Abelardo Castillo. Uno que eligió escribir una única obra, eterna, de cuentos, que a cada edición se renueva, y agrega sus nuevas creaciones, fantásticas, increíbles, y cotidianas. Quizás sea mi elegido porque, de igual manera, yo soy así. No puedo darle fin a esto. He dado fin a algunas historias de amor, a algunas citas, a algunos momentos, a situaciones, a días y a noches, a llantos y a risas, a sentimientos tóxicos y a otros no tanto. Pero a la mía, a mi historia, no. Incluso cuando quise terminarla, no pude. No me salió, ninguna de todas esas veces. Porque tenía que quedarme acá. Para vivir, para escribir, y para festejar. El otro es accesorio. Es un motivo para seguir, como todos los otros motivos, que me llevan a sentir, que me vuelven plena y miserable de un momento a otro.

En fin. Mi deber era informarles a ustedes que esto, realmente, terminó. En fin. O en principio. Porque siempre un fin es un nuevo comienzo. Pronto vendrá otro, que luego se irá, para seguirse de otro que se vaya, y de otro, otros, cientos, miles, ningunos. Y siempre yo, acá, de pie, con las cicatrices de cuerpo y las de alma. Pero entera, a mi manera. Y adelante. 

Nunca hacia atrás. Mis agradecimientos, pues, a lo que me toca.-

Otra vez. Otra noche. Otra hoja mentirosa en blanco. Hoja que no es más que luces que me envía una pantalla, ésta, la prestada, fingiendo serlo, para permitirle a mis cansados pero inquietos dedos generar pequeños golpes que se convertirán en letras, palabras, y escritos.

Suenan, también, palabras en el aire. "Cada día pienso en ti  pienso un poco más en tí, se destruye algo de mí". La voz es autóctona y una orquesta tímida suena, por detrás, acompañada de algunos arpegios. Y pensando, en ese ti que hoy elijo, pienso, también, en mí. En la necesidad de pensar.

"Amanece y pienso en tí". 

Hoy, mi pensar está muy lejos, tan lejos como los últimos ocho años, pero tan cerca como las siguientes semanas. Tan lejos como tantos miles de kilómetros que no sabría precisar con ninguna exactitud, pero tan cerca como unas horas de un vuelo que logré conseguir con la sola determinación de conseguirlo, sin un peso, ni un dólar, ni un euro. Tan lejos como haber perdido porcentajes enormes de la vida del otro, pero tan cerca como la certeza de saber que la sangre es sangre. Que la vemos e impresiona, pero la llevamos y une.

Hoy, insisto, puedo decirle a alguien "basta, no me sirve, gracias, adiós", quizás, y solamente quizás, por el hecho que mi pensar está puesto en un reencuentro que durante tantos años pensé inalcanzable. Pero aquí está, latente, llevándome todos los días a despertar, amanecer, pensando, sabiendo, asegurando, que está cercano como el cigarrillo prendido y la guitarra que intenté afinar con poco éxito minutos atrás.

Hoy, puedo elegir desprenderme de una ilusión que creí y que creé por necesidad. Pero hoy, vuelvo, no la necesito. El reencuentro pesa más que el encuentro. Porque el reencuentro conlleva una pérdida anterior, que dolió, que duele, que se lloró y desapareció, para aparecer, nuevamente, un renacer, casi como un ánima, que sorprende y llena.

Brevemente, diré que luego del desencuentro con Platos, hubo un encuentro que me llenó, una charla que me conformó, un acuerdo que, días después, hoy, desapareció, volviendo el descontento, la falta, el enojo, y la posterior decisión casi lúcida de mi parte de escribirle un rudimentario mensaje de texto. "No me llames más. Estás muy ocupado para mí. No me sirve. Te deseo lo mejor, Platos. Te voy a extrañar, algo. Lamento habernos encontrado así. Abrazo de espíritu". Ahora, hoy, sin respuesta, no me angustio, no me enojo, no me maquino ni me cuestiono. Porque es hoy que faltan doce días nada más para mi despegue, para cumplir mis veinticinco en el aire, sola, conmigo misma, mi ser más preciado. Y luego, casi un día después, llegaré a tierras ibéricas para el reencuentro que realmente ansío. Ese que es con la sangre. Con las lágrimas derramadas y por derramar. Con los afectos innatos, de siempre, y para siempre.

Cada día pienso en ti, hermana. Y pronto, no hoy, pero pronto, estaré abrazándola. A ella, no solo con el espíritu. Con el corazón, con los brazos, con los ojos cerrados y el alma plena.-

Acá estoy, tanto tiempo después, o tan poco, llorando denuevo como una estúpida. Como a los quince, como a los veinte, y ahora, casi a los veinticinco, a dos semanas de mi cumpleaños, de mi fiesta, de mi viaje, del fin del mundo. Acá en mi casa, tratando de no hacer mucho ruido para no despertar a mi compañera de casa.

Este llanto es único. Es doloroso y dulce. Es odiado y deseado. Es necesario. Es el llanto del amor, ese que es amor de novela, amor de adolescente, amor de pija, amor de ilusión, amor de mentira, amor de novela, amor de pelotuda, y pérdida. Ese llanto que no tiene mucho sentido. Casi siempre que aparece, se sabe que está bien, que es lo mejor, que tenía que pasar, que una SABÍA que iba a pasar. Y una llora, así y todo, porque sí. Porque te sale. Porque ponés esa canción que te hace llorar. "A mi manera". Pero no cualquier versión. La de María Marta Serra Lima, donde abrazó el mundo entero, donde siguió sin vacilar, donde ella misma lloró y rió, mil sueños más, y más, sin mucho más.

Esto será breve. El final se acerca. Del año, del mundo, e, intuyo, de la historia con Platos. Cuando reúna mas fuerza, quizás lo relate. 

Cuando entienda puntualmente por qué estoy llorando, y reírme de ello, sabiendo que solo fue una vez más, ahí, les contaré.-

Es increíble la capacidad que tiene el Universo de colocarnos, delante de nuestras narices, tanta variedad de sujetos, en tantos diversos momentos de la vida. Como si su sabiduría milenaria intuyera qué necesitamos y cuando, y colocase a ese, esa, aquellos, ahí, para formar parte de nuestras vidas, para decirnos una frase, para cagarnos a pedos o hacernos doler el alma. Entendemos, de inmediato, o siglos después, las misteriosas maneras de obrar de estas fuerzas superiores.

Hoy pasé la tarde con mis sobrinas. Nada de amantes, nada de amores sexuales ni novios ni futuros esposos. Simplemente, dos niñas, que conservan aún casi la totalidad de su inocencia. Con ellas hicimos cosas de niñas, que más: fuimos juntas a tomar helados, les mostré mis vestidos nuevos, hablamos del colegio y los actos de fin de año, les confesé mi amor por ellas como cada vez que las veo (veces que, lamento, cada día son más espaciadas).

Pensaba entonces en algo que fui madurando a lo largo de estos años, y es la idea de que cada quién nos da algo preciso y único. Algo que debemos recibir, a cambio de otra cosa que debemos dejar. Cosas buenas y cosas malas, cosas positivas y negativas, esperanzas y desengaños, amores y odios, abrazos y piñas. Nunca una amiga me dio lo mismo que un novio, nunca mi madre me dio lo mismo que un jefe, nunca un contacto en alguna red social me dio lo mismo que mi compañera de casa, nunca un colega laboral me dio lo mismo que una hermana. Todas estas personas, necesarias e individuales, forman parte de ese Universo que somos parte, el propio, donde somos protagonistas, dueños, amos y señores, centros. Un Universo en el que a cada minuto y con cada encuentro vamos sumando porotitos, en un cartón gigante de lotería, una lotería eterna e infinita donde el premio es desconocido, pero sospecho se encuentra ligado a la sabiduría y la plenitud.

En fin. Volviendo a casa en mi bici pensaba un poco en esto. En como extrañaba el amor y la admiración incondicionales de un niño cercano. Esos seres humanos en germinación, a quienes hay que regar y cuidar como los porotos de la primaria.. pues serán quienes vayan aportando, a lo largo de su existencia, un casillero más lleno en los cartones de todos aquellos que se crucen.

Aprovecho para agregar, antes de irme a dormir en paz, que una vez que han dejado huella, las personas se esfuman, desaparecen, continúan su camino, para dejar su paso por otra vida, y seguir contribuyendo en otros Universos.

Cual Mery Poppins, trataré de dejar mi marca por donde pase. Por donde quiera que sea que las fuerzas del Universo me lleven.

Buenas noches.-

Pensando un poco en lo que hablé con mi compañera de casa hace apenas unos minutos. Ella se fue a dormir, y yo sigo escuchándote, Bunbury, y pensando, en este caso, en el falso avance que creemos tener. En el poder entender que, como mujeres, no dejamos de ser humanos que a veces necesitan ayuda.

El problema es el siguiente. O la situación, mas bien. Uno se enferma, y pide un médico. Se angustia, y va al analista. Necesita dinero, y acude al banco. Independientemente de si es mujer u hombre, ¿Qué pasa, pues, cuando lo que una necesita debe pedírselo a la pareja, al hombre que la acompaña, por deseo, por elección, por intervención divina?

La mujer de nuestra generación creció mamando una falsa idea del feminismo. Una ilusión donde se cree superpoderosa, autosuficiente, independiente. Como dije tantas veces, la mujer de hoy trabaja como un hombre, coge como un hombre, se emborracha como un hombre. La mujer de nuestros días SE CREE un hombre. Pero no deja su esencia de mujer, de fémina, que durante siglos se posicionó como un ser inferior, necesitado, desprovisto, desamparado. En el afán de comportarnos como ELLOS, nos olvidamos que somos NOSOTRAS, con cientos, o al menos algunos impedimentos que nos diferencian. Lamento desilusionarlos al decir que aún creo en el hombre que deja pasar primero, que paga la cena, que te retira y lleva a tu casa, que te provee de todo aquello (lamentablemente aliado a lo económico) que la mujer, muchas veces, no puede, o no quiere, conseguir por sus propios medios. Cada día veo más mujeres, hechas y derechas, que se indignan ante lo anticuado de estos hombres de pelo en pecho que insisten en no dejarnos movilizar de noche solas, que vogan por la pollera y el maquillaje, que intervienen a la hora de darnos cierta seguridad que tenemos, pero que bien viene hacer creer que necesitamos nos impartan desde afuera.

No puedo dejar de aplicarlo a Platos. "Sos re minita", reza en mi cabeza, como un mantra repetido tantas veces, como un padrenuestro que recuerda a cada minuto que lo soy, re minita, mujer, boluda, hoy me da igual. Pero lo soy. Soy una mujer, con todas sus letras, con toda su connotación, cultural, ancestral, y social. Mis compañeros de trabajo se descostillan al escucharme contarles que LO SOY. Soy minita. Ellos no lo saben, ellos se olvidan porque escucho los partidos del rojo, hablo de mi vida sexual abiertamente, me indigno ante la ingenuidad de algunos especímenes femeninos que aún permanecen. Personajes que creo y sostengo, porque es cool, porque es adecuado, porque los últimos cincuenta años de historia me indican que DEBO honrar. Pero no, mis queridos. Me enorgullece afirmar que SOY UNA MINITA, que pide cuando necesita, que pasa primero ante la puerta abierta, que camina del lado de la vereda y se indigna ante esas mujeres que creó nuestra sociedad las últimas décadas, mujeres que olvidan su escencia, su propiedad, aquello que las distingue de ellos, los hombres.

Quiero aclarar, a su vez, que trabajo día a día a la par de muchos masculinos, que pago mi alquiler, me movilizo libremente en mi bicicleta, que mi casa está llena de vinos y whiskies que pretendo tomar sola, que escucho ACDC. Pero también espero que me entiendan ellos, mis compañeros, cuando me duelen los ovarios. Que algún día el otro me diga, desprejuiciadamente, que invita la cena. Que me busquen en el auto ajeno. Que escucho canciones de Miguel Bosé y Amaral.

Soy mujer, y lo proclamo, a viva voz. Borracha, bebida, ebria, pero sobretodas las cosas, auténtica, simple, desprovista. No viene mal hacer uso de aquello que la vida nos dio  los ovarios para avanzar. Pero también  y sobretodo, para pedir ayuda, recibirla, y aprovecharla. 

Porque ser mujer no es fácil. Ni mucho menos, GRATIS. Ustedes dirán.-

Acerca de los espacios.

Hace unos días, mi madre me contó de una discusión con su novio. Una discusión seguida de una breve separación. Discusión causada por el entrometimiento de ella, de la viejita, en la privacidad del señor. Mi mamá, hecha mas o menos derecha, una señora de sesenta y dos años, cinco hijos, tres nietos, décadas de aportes jubilatorios, una casa, un registro de conducir, y mil cosas más. Una mujer tan parecida a una adolescente, a la hora de revisar, entrometidamente, el celular de un señor, que cree suyo. Recuerdo mi reacción cuando me contó. "¡Ay mama! ¡cómo vas a a hacer eso! Es su espacio. Es como abrirle la puerta mientras está cagando". Que mina caradura, por Dios. Como si nunca lo hubiese hecho. Y si no lo hago, hoy, es porque todavía entiendo que sólo trae problemas, reales o inventados. Y aunque los ojos se me vayan solos, la voluntad es más fuerte.

Pensaba en Platos, hoy, en un momento, en su casa. Porque anoche nos vimos y pasamos de maravillas. Pensaba en Platos, decía, cuando hoy me pidió fuego, y me revisaba la cartera con desenfreno buscándolo. "No me gusta eso que estás haciendo", dije, para continuar con "que metas las manos en mi cartera es el equivalente a que yo te revise el celular". A ver. Ni tanto. Pero en mi cartera conviven, en una orgía inexplicable de objetos, de manera caótica, una bombacha, una maquina de afeitar, caramelos sueltos, cables, la billetera con chirolas, un portacosméticos de Justin Bieber, papeles, cremas, una manzana, pañuelos usados. Lo siento, mi cartera dista mucho de ser la cartera de una señorita. Pero es mía. MÍA. Y no me agrada, para nada, que la toquen sin mi permiso.

Pensaba, hace instantes, en unas líneas que escribió Platos, referido a mi blog. Basta de contar nuestras historias, dijo. Desconozco la carga de estas cinco palabras, pero aseguro que la tiene. "A mi dejame mi libertad de expresión así como está: libre", le dije. Y me dijo que bueno, que sea libre. Y ahora pienso, vagamente, en una idea que no logro encaminar. Una idea que voga por los espacios. Esos que son propios, como una cartera, como un celular, como un momento en el baño, un espacio de trabajo. Espacios que, casi como un diario íntimo de niñata, todos poseemos, adoramos, respetamos, y celamos. Espacios que elegimos con quién compartir, de que manera, y hasta cuando. Y pensaba, también, en "nuestras historias".

Elegí compartir, hace mucho tiempo, mis historias, LAS MÍAS, con todo aquel que desee leerlas, o escucharlas. Considero que las historias no son de nadie: tiene protagonistas, pero su contenido pertenece a una historia más grande. La historia del ser humano, una historia universal y eterna que se escribe minuto a minuto en los confines del tiempo y el espacio. Una historia que nos pertenece a todos, pues en cada porción nos identificamos y acordamos o desacordamos, e, incluso, nos permitimos dudar. Yo, Zahira, considero esto, y fiel, lo sostengo. Cada quién de ustedes está en libertad de elegir compartir sus carteras, sus celulares, sus cagos, o sus historias. Con quién, problema de cada uno. Pero somos libres, cada uno a su modo.

Yo, desde siempre, me siento y me sentiré libre, cada noche, cuando presa de la música, el tabaco, y alguna bebida espirituosa, mis dedos inquietos rozan las teclas de una compu prestada, para permitirle a mis ideas desencontradas, justamente, encontrarse. 

Acerca de los espacios y las elecciones. Y, sobretodo, la libertad.-

El ser humano es impredecible. Es el único elemento del Universo con la capacidad absoluta de pasar de un estado al otro casi instantáneamente, tantas veces como sea necesario, por periodos de tiempo prácticamente infinitos. Es el transporte más veloz del planeta, pues no atraviesa kilómetros a velocidades abismales, pero si atraviesa sentimientos completamente opuestos en cuestión de segundos. En instantes, un ser humano, incluso, pasa de SER a PILTRAFA. Es la máquina con mayor capacidad resolutiva, con el único desperfecto del resolver ecuaciones perfectas con resultados imprevistos, impredecibles, e inexactos.

Hace unos días escribía acerca de la felicidad inconmensurable que me invadía. Hacía balances positivos, emanaba energías exorbitantes, transmitía con precisión halos de luz, amor, plenitud, esperanzas. Hoy tengo todo revuelto. Como esos revueltos que comía de chica, de arroz, jardinera, salchichas, acelga, huevo, queso, fiambre. Todo mezclado en cantidades poco entendibles. El resultado: un revuelto. Atravecé, como decía, una cocción de ingredientes que puedo identificar con mucho esmero, creando una única receta, que no entiendo como llamar. Un menjunje de amor, odio, desilusión, enfado, resignación, formulitas mágicas de revistas femeninas, sesiones de terapia, historias escuchadas, impulsos irrefrenables, desesperanza, apertura, tabaco, vino, Héroes del Silencio, fatiga muscular, urgencia, deseo de dormir, fiaca, llanto constipado, frío, inquietud, preguntas, palabras ajenas, ecos eternos, acordes, imágenes nítidas producto de mi memoria y de mi imaginario, taquicardia, puteadas, fracaso, y no se cuantas cosas más. El resultado es el mismo: un revuelto. Todos lo sentimos una o infinitas veces. Esa sensación que alguna vez describí como "un gancho que te tira desde el pecho hasta las entrañas".

La historia con Platos se fue al carajo. Desconozco si esta es una afirmación absoluta, o producto de mi neurosis histérica. Me inclino por la primera. Algo se rompió, como dije, en palabras anteriores. Algo que se rompió y que se afirmo ayer, cuando caminábamos por el Abasto brevemente, él de morral y yo de bicicleta. Ayer cuando me dijo "por algo estoy sólo, elijo estar sólo". Una elección que hacen muchos cuando el otro, o la otra, empieza a romper las pelotas, a exigir ciertos beneficios, ciertas respuestas, simplemente a reclamar. Me pregunto nuevamente si no debería quedarme sola, elegirlo consientemente. Y a la mierda con todo. Vivir en una chatez donde sea feliz con mi tele, mi puchito, mi vino. Mi cama vacía todas las noches a elección propia. Llenarla fugazmente con un cuerpo que represente nada más que eso: un cuerpo. Ni individuos, ni identidades, ni ilusiones, grandes ni pequeñas. Que nadie me rompa las pelotas, porque yo también las tengo. Porque yo ROMPO las pelotas, sí, cuando me pongo intensa. Pero el otro, el que se la fuma, se la fuma hasta que dice basta. Yo también puedo decir basta. Pero el que las rompe, cuando es uno mismo, sigue ahí, pese al basta. Nada de apagar el celular, ignorar mensajes, evitar los encuentros. El encuentro con uno mismo es inevitable. El mensaje llega, sin necesidad de WiFi, 3G ni antenas. Yo estoy acá, conmigo, siempre, escuchándome incluso así. Mientras pedaleo, mientras analizo trámites, mientras meto una pizza al horno, mientras llegan los mails de LetsBonus, mientras los dedos se mueven, indiscretos, alternando el teclado, el filtro y la copa, pero, sobretodo, mientras, de luces apagadas, apoyo la cabeza en mis cuatro almohadas flacas, y el corazón late, late, y late, atravesando todos esos estados que mencioné un poquito más arriba.

"Hablen", me dijo ella, una compañera. Pero como explicar que todo se fue al carajo, justamente, por eso. Por hablar, como siempre, en demasía. Como si ese calco del AQUI Y AHORA hubiese sido eso nada más, un calco, y no un mensaje del Universo. Como si años de a una sesión por semana no hubiesen sido mas que miles de pesos dados a un profesional para hablar irrefrenablemente de cualquier cosa. Como si los putos mensajes que aparecen en las cajas de Marlboro velando por la perjudicialidad del fumar no sean más que tinta sobre cartón, que taparé, casi al pasar, con un papelito, haciendo de cuenta que no están ahí.

Quisiera ponerle un papelito encima a todo esto que me retuerce las entrañas, para no verlo, aunque esté ahí, presente, latente, y eterno.-

Hay algunas charlas para las que nunca estás preparada. Esas charlas en las cuales el otro, el interlocutor, te dice tanto. Ese interlocutor al cual le decís tanto a su vez, que al otro día, al querer explicar de qué se habló puntualmente, no podés. Esas charlas donde recordas, penosamente, algunos datos, algunas frases, pero no podés asegurar si esa frase afirmaba o negaba, si avalaba o desmentía, si quería u odiaba. Esas charlas que no entendés, que no podés especificar. Que son como esos sueños que no recordás más que una sensación. Como decir "soñé con vos, pero no sé que pasaba, solo sé que estabas vos". Anoche no soñé nada, pero hablé, y mucho. Una de esas charlas que te revuelven los intestinos, las estructuras, la entereza.

Sábado a la noche. Subí, a las cuatro de la mañana, a un taxi. Venía de cumpleaños, de cincuenta personas apiñadas en un living de Palermo de quince metros cuadrados. De camino a la casa de Platos, porque sí, porque estaba cerca quizás. Porque me estoy acostumbrando a dormir con él día por medio. Porque quería coger, sí. Quería acurrucarme en su axila y despertarme en la otra punta, a las ocho de la mañana, para mirarlo dormir y robarle el alma con los ojos, con la mirada, para luego seguir durmiendo, y despertar nuevamente oyéndolo, desde el otro cuarto, diciéndome "reeeeina, arriiiiiba". Para besarlo y decirle "Chau Platos". Para todo eso, o para nada, llegué a su casa, comiendo un chupetín. Subí. Hola Platos. Y, simplemente, pasó.

Pasó de repente. Tan repentino como un día me entendí en su cama, ayer, me entendí en su balcón, cubierta con un poncho, fumando Phillips y Marlboro, intercaladamente, y con una frecuencia alarmante. Tuvimos una charla, esta, de la que comencé a hablar, que dice todo y que no dice nada. Esas charlas donde sentís que le dejás la puertita que muestra las mas profundas miserias, propias, entreabierta al otro. Para que espíe, claro, pero consiente que, en un descuido, en una brusquedad, puede abrirla, y ver todo eso que tenés adentro. Una charla que, de manera extraña, sentí una charla de despedida. Una charla para la que no estaba, pues nunca se está, preparada.

No puedo decir, insisto, acerca de qué hablamos. De los miedos. De la gente libre que no lo es, que tiene la suficiencia y la inteligencia de hacer pensar a los otros, los de afuera, que sí. De las pérdidas. De los encuentros. De las coincidencias. De la fe. De algo que quisiera reconstruir, algo que me dijo Platos, una frase, o una idea, que desconozco si era tal, o es la que quiero creer que me dijo. Recuerdo, fuertemente, que me dijo que a él lo había enamorado mi cabeza, no mi culo. Recuerdo que me dijo algo del espíritu. Algo de que íbamos al mismo lado por lugares distintos, o al encuentro del mismo deseo.  Algo del espíritu.. ¿quizás, que sentía una conexión desde su espíritu con el mío? 

Nos dormimos juntos. Nos despertamos al rato, al minuto, o a la hora, para coger, a lo oscuro. Para que al rato prenda la luz y nos miremos a los ojos. Desconozco con qué ojos lo miré. Dormimos luego, nuevamente.

Esta mañana, me desperté de mal humor. Sentía todo revuelto, vejado. Aún lo siento. Siento que a esa charla le faltó una lágrima. O algunas, mías. Al mediodía, llegué a mi casa, descompuesta. Intenté, con dificultad, recrear la noche, contándole a mi amiga, mi compañera de casa, lo que había pasado. Ella escuchó con atención mi verborragia, por mucho rato, para concluir, ambas, que no estaba diciéndole nada. Que no podía recrear esa charla, quizás por el cansancio, por estar desprevenida, por venir de cumpleaños y Fernet. Que había soñado con algo pero no me acordaba qué. Hoy, despierta, sobria, en paz, puedo asegurarlo.

Ayer hablamos de algo, con Platos. No me acuerdo qué, pero algo se rompía.-



Hoy escribo desde la felicidad. Completa, entera, plena, magnífica, deseada, emotiva, eterna. Escribo desde un lugar que no es el de mujer histérica, ni el de chonga enamorada. Tampoco el de ex abandonada, ni el de pelotuda indignada. Hoy escribo desde el alma grande, grandísima, desde el cigarrillo esperado y la copa de festejo. Desde el olor a calabaza asada que viene de la cocina, y el sonido del llamador de ángeles del lavadero. Escribo desde las melodías de una canción regalada, las noticias de inundaciones, la sonrisa del alma. Escribo desde el placer de haber derrotado, en un año, todos esos obstáculos autoimpuestos que interferían en esto que siento ahora, la emoción desconmensurada de haberme superado, de haber vuelto a nacer, finalmente, de haberme levantado, para nada superpoderosa, sino más bien superhumana.

El motivo es sencillo, y a su vez, complejísimo. Acabo de sacar, vía web, un pasaje, único, entero, a las tierras españolas, para ver a mi hermana, su marido, y mi sobrino, después de ocho años. OCHO AÑOS sin parte de mi YO. Ocho años en los cuales pasaron tantas, tantísimas cosas. Desde el término de mi etapa adolescente, pasando por numerosas internaciones, convivencias, amores, desencuentros, desengaños, sonrisas, lágrimas -muchas-, borracheras, hasta el día de hoy, donde estoy acá, de camisón rosado con volados, de tele prendida, en una casa que no es mía pero supe hacerla.

No puedo evitar, sin temer de pecar en vanidosa o en "yoísta", como supieron decirme, el hecho de sentirme orgullosa de mi misma. Cuando comienzan los primeros vientos cálidos, comienzan los primeros balances, de los cuales, hasta el más escéptico, no puede escapar. Un año en el cual rompí numerosas barreras. Este año, logré irme de mi casa materna, a modo de orden, a conquistar un mundo: el mío. Conseguí un trabajo que me hace feliz, compartiendo mis días con personas hermosas. Supe encontrar mi lugar en el mundo: mi fantástica bicicleta, que me traslada casi mágicamente, de un lugar a otro, impensado, en tan solo minutos. Como supe trasladarme yo, desde esa niña que temía tanto, a hacer sus sueños realidad. Conocí gente, mucha, que desde lo más simple hasta lo mas grandioso, me enriqueció el alma. A todos ellos agradezco hoy, por estar a mi lado, en lo mundano, y en las miserias. Sé que este año fue, para mi al menos, revelador. Me convertí, en apenas unos meses, en la mujer que esperaba ser, al menos, en este momento de mi vida.

Sospecho que no estoy diciendo mucho. Solo bebiendo de mi copa, en soledad, brindando conmigo misma por todos mis logros. Aquí, sentada, sin más nada que decir que somos poderosos, muchísimo. Como subí ese cerro, el Uritorco, hace años, de noche, fumadora, con la zapatilla rota. Cuando llegue a la cima, al amanecer, en la cruz, y entendí que era capaz de hacer todo lo que me propusiera. Hoy lo confirmo, lo afirmo, lo sostengo, como levanto a la inmensidad, reitero, esta copa. Para festejar que yo, y todos ustedes, somos seres, individuos, cargados de un potencial infinito.

Sólo quiero decir que, en un mes y una semana, estaré abordando un avión -por primera vez en mi vida-, para recibir mi cumpleaños número 25 en el aire, en soledad, pero más plena que nunca, cruzando el océano para reencontrarme con aquello que creí perdido. Hagan la lectura que deseen hacer.

Los invito, pues, a levantar todos su alma, su cuerpo, su espíritu, y sobretodo, su copa, para brindar, porque somos capaces, absolutamente, y lo afirmo, de todo lo que nos propongamos.

¡Salúd!.-


Bien es sabido que tengo un tema con el lenguaje. Una especie de fijación extraña, ligada a mis años de psicoanálisis, a mi necesidad de encontrar la sonoridad en las palabras, el por qué de las elecciones de las mismas, la presencia de segundos y terceros mensajes en una frase al pasar, una palabra y no la otra, que parecieran decisiones tomadas de manera arbitraria, pero que entiendo no lo son.

Ayer hice una bicicleteada nocturna con un amigo que quiero mucho. De esas pedaleadas que te conducen a ningún lado, aparentemente, pero que a mi me llevó transpirada por mágicos recorridos: Carlos Calvo, Valle, Acuña de Figueroa, Corrientes, Quintino. Pero más aún, en el desenfrenado gasto calórico y el movimiento inerte, me ayudó a colocar en palabras jadeadas una idea que venía madurando hace unos días. La idea de la pertenencia ligada a la palabra. Alguna vez lo pensé ya, lo escribí. Esa elección del vocablo, con tintes sociales, culturales, históricos, pero que claramente condicionan. Cómo desde el lenguaje que pareciera mundano se están diciendo tantas cosas que no escuchamos, pero se dicen, se hacen, se sufren.

Puntualmente, pensaba en la unión civil del matrimonio. Dos seres humanos que, por motivos de amor, conveniencia, dinero, soledad, miedo, división de bienes, ciudadanías, mandatos, eligen, además de ser individuos, ser una sociedad conjunta, dos partes que se suman para crear algo nuevo que, en el mejor de los casos, complemente su individualidad, y en el peor, la reemplace. Una elección que se materializa en un registro frente a la presencia del juez, en una iglesia frente a los ojos de Dios, en una playa frente a la inmensidad del mar, en Las Vegas frente al disfraz de un falso Elvis, en una estancia frente a las tías chotas. En fin, una unión que, además de todo eso que cada uno de ustedes sabe o imagina, incluye un detalle ignorado pero de magnitudes abismales: la transferencia del apellido.

El apellido de nacimiento es algo que nos marca, nos incluye, nos identifica. La identidad. Yo llevo el mío, ligado a mis dos nombres, desde el día que nací. Me une con mis hermanas, con mis sobrinos, con mi padre, mi madre, mi abuelo, los moros, los españoles, los italianos, una historia puntual, única, ancestral. Supongamos que un día me case, sea por lo que fuera. De un momento al otro, según la tradición, mi identidad se completaría con un apellido ajeno, el del ser elegido: en ese momento, mi identidad pasaría a ser otra, mas.. ¿completa? Posesiva. Pues dejaría de ser quien soy, Zahira Nahir Abate, para ser ante la ley, las entidades bancarias, y las vecinas de barrio, "la señora DE". Zahira Nahir Abate DE tatata. De. Soy de. Dos letritas pedorras, pedorrísimas, que indican pertenencia, posesión, casi un activo del otro. ¿DE quien es esa bici? DE Zahira. Es mía. La compré, la robé, la gané, me la regalaron, no importa. Ahora es mía. Mía, MÍA y solamente mía. Entonces, si me caso, si paso a ser DE, ¿soy suya? ¿Sería de su posesión, de su pertenencia, de sus activos? ¿ Me habrían comprado, robado, ganado, me habrían regalado al otro? No importa. El tema es que soy de otro, como una bici, como una birra, como un celular, como un lápiz, como una birome, un auto, un sueldo, una guitarra, un plato. SOY DE OTRO. Pero ni siquiera: porque sería un activo de la familia del otro. Frente a un momento histórico como el de hoy, donde la mujer vota como un hombre, garcha como un hombre, trabaja como un hombre, bebe como un hombre, viaja como un hombre, conduce como un hombre, adquiere bienes como un hombre, me pregunto, cuánto avanzó ese feminismo tan choto que nos gusta creer. ¿Quien de ustedes conoce a un hombre que, al decidir la unión civil con otra mujer, agregue a su nombre y apellido, a su identidad, la pertenencia cual objeto a la mujer que elige? No me jodan. ¿Quien de ustedes dijo, siendo hombre, o escuchó decir, siendo minita, "soy tuyo", en la cama, desnudos, extasiados, con el pucho en la mano y la lengua afuera? NADIE.

Esta reflexión, que traigo hoy, con tanto calor, está ligada a un deseo ambiguo: el social y cultural, de SER SUYA, de ser del otro, como dos enamorados de novela, como dos pelotudos que se cogen y se creen irónicamente posesión y dueños del otro, y, a su vez, mi rebeldía, al decir, y pensar, que SOY MÍA, de nadie mas. Nadie me compra, nadie me roba, nadie me gana, nadie me regala. Como desde el comienzo de estás crónicas, por las que pasaron tantos personajes, reales, tangibles, amados u odiados, pero siempre desligados de su identidad, aquello que los hace únicos. Yo elegí quienes serían. Auténtico, el Chico con Plumas, el Chico de las Cinco y Cuarto, Platos, tantos que ni recuerdo. Entidades desprovistas de identidad. Casi objetos.

Hoy, entiendo que lo más importante es quien elegí ser, y quien sigo eligiendo: Zahira, yo, mía. Zahira Nahir Abate DE Zahira Nahir Abate. Y que nadie ni nada se atreva a atentar contra eso.

¿Está mal?.-


Con el paso del tiempo, uno va perdiendo cosas. De pequeño, quizás, el apetito, un juguete, el autobús. Algún acontecimiento por ser demasiado infante. Cosas con poco valor, quizás. Pues de pequeño, la noción es limitada, así como las obligaciones. Uno no puede perder a su pareja, ni su trabajo, ni sus años mozos. Uno no puede perder lo que no tiene. Ya mas crecido, se da cuenta que tiene algo único. Se da cuenta cuando empieza a perderlo: la inocencia. Uno (una) cree que perdió la inocencia cuando, de repente, pierde el placer por la calesita, la necesidad de vestir a las Barbies, o la virginidad. Ahí te la creés. Te creés mil, porque la sabes todas. Sabés que el mundo es tuyo y que nadie puede arrebatártelo. Lo que no sabés es que, más adelante, lo que te arrebatarán es no el mundo, sino esa sensación de que es tuyo.

Recuerdo algunas pérdidas significativas. Ninguna asociada a la muerte. Ninguna que me marque. O, en verdad, pérdidas que me marcaron en demasía. Recuerdo de niña, de muy niña, que una señora amiga de la familia me regaló un peluche. Un muñeco roñoso de Snoopy que le pertenecía a sus nietos. Yo lo deseaba con locura. Puedo sentir hoy, en el pecho, esa emoción inconmensurable el día que me lo dio. "Cuidalo", me dijo, con sus ojos claros y su cabello enrulado, blanquísimo. Unos días después, en una distracción, lo perdí. Me lo olvidé en un autobús, yendo váyase a saber donde. Me bajé, y no estaba. Ni Snoopy, ni el autobús, ni la emoción de tenerlo. Ese día lloré y mucho. Recuerdo también la vergüenza que sentí, y el miedo, y la sensación de haber decepcionado a ella, a la señora, cuando se lo conté. Me veo, aún, llorando desconsoladamente, por ese muñeco apelmazado que había tenido tan solo unos días: puedo asegurar que lloré en silencio, y en soledad, muchos más días de los que realmente lo tuve.

De adolescente lloré por mi madre. La lloré no porque se había ido para siempre, sino más bien porque su imagen fuerte, autosuficiente, entera, se había marchado. La lloré cuando entendí que era humana. Pues verla humana, me recordó que yo también lo era.

Ya más de grande, mucho más grande, lloré por un amor. Mi primer amor de adulta. Muchos, muchísimos, conocen a esa Zahira, en vida, en relato, y en fantasías. Una mujer que aparecía, en sus comienzos de edad adulta, que había soñado y deseado, con el mismo énfasis, una ilusión tan grande como la que me regaló aquel muchacho, por unos meses quizás, un muchacho roñoso y apelmazado como el Snoopy. Lloré, por él, mucho más tiempo que el que había estado en mi vida. Me estaba muriendo, por dentro y por fuera. Pero no me morí.

Recreé algunas veces más esa pérdida. La del amor. La del que uno cree que es el amor. Llorar al ser amado porque se había ido. Se había perdido. Lo había perdido, cuando siquiera lo había encontrado. Lloré tanto, tantas veces, tantos gritos, tantas noches, tantos suelos, tantos hombros, tantas muecas.

Lloré algunas veces más. Por pérdidas, siempre. Algunas propias e insignificantes. Otras ajenas e igual de insignificantes. Lloré por películas y libros de amor, cuando se perdían los protagonistas el uno al otro. Lloré de bronca, por haber perdido, hace tanto, esa sensación de ser superpoderosa. Perdí dinero, perdí celulares, perdí archivos, perdí trabajos, perdí amistades, perdí mascotas, perdí las llaves, perdí cables, perdí quilos, perdí el respeto, perdí minutos de terapia, perdí juventud. Y perdí, hace bastante, la capacidad de ilusionarme por cosas mundanas.

Hoy, me doy cuenta, que perdí eso que había acompañado mis perdidas en estos casi veinticinco años . Perdí el llanto. Hoy, con el whisky y el tabaco al lado, escuchando acordes melosos, recibiendo la nostalgia de velas y vientos lluviosos, con mi cabeza dolorosa, frustrada, enojada, irónicamente perdida, perdí mi capacidad de llorar. 

Acerca de pérdidas. Acerca de haber hablado con alguien del saber que quizás no haya más que esto. Que quizás nadie te espere, nadie te piense bajo la luna gris, como cantaba el ratoncito Fievel cuando era muy niña y veía su historia, en un VHS, y todavía lo tenía todo. Tenía la juventud, la vida por delante, la virginidad, la sensación de ser todopoderosa.

Y, sobretodo, tenía la ilusión.-

En algún momento, decidí escribir acerca de las madres en el día de hoy, pero luego decidí no hacerlo: todos tenemos, tuvimos, somos, conocimos, amamos, odiamos, u admiramos a alguna madre. Pues, simplemente, luego de algunos saluditos de rigor, y otros no tanto, decidí narrar lo que nos compete hoy.

Platos.

Luego de angustiarme y enroscarme sin motivo hace algunas noches, la noche del miércoles, luego de decirle algunos sinsentidos por medios virtuales, frases que más que reclamos eran pensamientos exteriorizados, acordamos con el señor que al día siguiente nos veríamos. Al mediodía, para almorzar, luego de su ensayo, y antes de mi jornada laboral. "Buscame a las dos por la sala, en Alvarez Thomas y Los Incas". Sólo iba a tener una hora, pero me pareció suficiente.

El jueves me levanté tarde. Me había quedado toda la noche bebiendo y hablando, escribiendo y pensando, escuchando y sintiendo. Tomé en mis brazos mi preciosa bicicleta y salí, tarde, a la calle. Un dato no menor es mencionar que vivo en Caballito, por lo cual llegar a destino suponía un desafío. Un bello desafío en el cual pedaleé bajo el rayo de sol en la avenida Córdoba, sorteé imposibles empedrados, retoqué mi maquillaje unas cuadras antes, y en la esquina señalada me caí, rompiendo mis calzas engomadas y el tejido de la epidermis de mi rodilla. En fin, nos encontramos.

Platos cruzó la calle con una camisa verde a cuadros, un morral gastado, y una cara contenta. Yo lo esperaba, con los ojos delineados y mi hermosa bicicleta. Era tarde, me había demorado. No tenía más que media hora, pero ese camino eterno, soleado, de mediodía, y el fugaz encuentro, ya eran suficiente para mí. Caminamos mucho. Villa Urquiza nos regaló, en sus calles de barrio, en sus contados minutos, en sus brisas cálidas, sonidos de árboles, panes de queso, besos, una birra, palabras huevonas al pasar. Nos tomamos juntos el subte. Dos fenómenos, sentados uno junto al otro, en la línea B. Yo, a la izquierda, con mi bicicleta plegada entre las rodillas. Él, a mi lado, con su instrumento y sus bolsas de supermercado. Glorioso, efímero, cotidiano, imposible, amado, vívido. En alguna estación entre Tronador y Alem, Platos, dejó caer su torso en mi pecho, recostado y relajado. Sin saber muy bien que hacer, sospecho besé su frente, acaricié su pelo, o me inmovilicé completamente. Lo que recuerdo, como si lo viviese ahora, es el momento en el cual levanté la vista distraídamente a mi derecha. 

Y lo vi.

En el vidrio de ventanas que conducen a ningún sitio, entre el ronroneo de los rieles y las caras de cansancio, en una tarde de un jueves, en un tren subterráneo, en el afán de alcanzarme, una calcomanía, pegada, torcida, casi al pasar. AQUÍ Y AHORA, rezaba. Y lo entendí todo.

El Universo, en ese mundano momento, me transmitió, cual revelación divina, ese mantra que tanto me faltaba poner en palabras. Palabras que había escuchado tantas veces, juntas o separadas. Aquí y ahora, Zahira.

Les aseguro, queridos, que en ese momento, entendí todo.-

Hoy me encuentro en un estado extraño. En uno que, sospecho, es infundado por mi propio deseo de encontrarlo. Escuchando Pastoral, Aristimuño, y Almendra, verborrajeando y bebiendo vino, esperando el ansiado sueño que apague, o calme, al menos, esos movimientos musculares que amenazan con convertirse en ansias, deseo, y sobretodo, ansioso deseo de desear con ansias.

Me pregunto cuantas veces se siente con real sentido. Y cuantas veces se genera este, en el profundo deseo de encontrarse con todo aquello que nos han dicho que debemos encontrar.

Siento, sin embargo, que no hablaré de nada puntual. Nada particular. Nada mas que los dientes violetas de uvas y los oídos empapados en palabras que solo dicen "vos". 

Entiendo, luego de pocos años, algunas sesiones de psicoanálisis, e infinitos encuentros con mis más miserables miserias, que no tengo control. Que pretendo tenerlo, que finjo tenerlo, y que mientome tenerlo. Que quiero creer que lo tengo. Pero vuelvo, una vez más, a escudarme detrás de una casualidad, para no hacerle frente. Una casualidad que alguna vez fue enojo, otra fue angustia, que hoy es una copa, un pucho, y un puñado de palabras. Que no espero encuentren sentido en ellas.

Platos apareció, así, hace unos años. No podría especificar, con exactitud, ni sin ella, cuando. Ni como. Si fue una mirada, si fue una solicitud de amistad, si fue una palabra errada o acertada, alguna vez, o ninguna. Pero Platos apareció y hoy ocupa mi mente. Ocupa un lugar, en verdad, que necesitaba sea ocupado.

El primer encuentro con Platos fue desafortunado. Increíble e inrelatablemente infortunado. Un encuentro de bronca con otro, donde finalmente lo eché de mi casa, donde unos días luego decidí perdonarlo. Donde aparecieron encuentros aislados y sinsentido. Donde compartimos helados, palabras, música, risas.

Platos vino ayer a mi casa. El día de su cumpleaños, luego de haber pasado la tarde juntos, entre mascarpones y cafés con leches, entre lluvias y bicicletas, entre ramos de flores y barrabasadas. Tuvimos sexo. En algún punto, entre todos ellos, alguno coloreado por el humor y la grasada, me preguntó si quería ser la novia. Con todos esos años encima, me lo preguntó. Un contrato de un día a renovarse. 

No puedo evitar recordar, casi sentir, una charla lejana, váyase a saber con quien, donde mi interlocutor manifestaba abiertamente su deseo de, llegados estos contratos de exclusividad y pertenencia, no fueran "hasta que la muerte nos separe", sino mas bien a renovarse, casi como un alquiler, cada determinados periodos de tiempo. Me pregunto hoy, con la cuarta copa, si éste no sería el secreto del amor eterno. Un amor que se renueve, se reelija, se regenere, casi como la copa, la mía, que vuelve a llenarse en función a mi deseo de seguir bebiendo de ella. 

Pido mis eternas disculpas si esto no tiene mucho sentido. Me pregunto si algo lo tiene. Sólo estoy presionando teclas en función a vagas ideas que aparecen, casi, casi, como aquellos que marcan nuestra vida para siempre: aleatoriamente.

En fin. Hoy le dije a Platos que le regalaba un lunar. Mi favorito, en respuesta a su inquietud de cuantos tenía. Ese que llevo tan cerca del corazón como de mis vísceras. En representación al amor eterno que deseo sentir. Que me obligo a sentir.

Amor a todo. A todos. Al tabaco, al vino, y a las almas como la mía. Disculpas. Es todo lo que tengo, y es todo lo que hay. Y buenas noches.-



Acerca del encuentro y el desencuentro. Palabras que nos remontan a una espera en algún punto previamente acordado con el otro. A una búsqueda intensa del amor perdido, o desconocido. A dos miradas que se cruzan en la multitud, sintiéndose, reconociéndose, amándose. Sin embargo, hoy no haré referencia a nada de esto. Sino más bien a la búsqueda más olvidada y subvaluada de todas: el encuentro con uno mismo.

Hace unas semanas que, sin saber por qué, comencé a sentirme extraña. La alarma fue, un día, en el cual caí asustada en una clínica, con palpitaciones y falta de aire. Llorando en la sala, esperando mi turno, para que un médico de intercambio me dijese que "todo estaba en orden". La mayor y mas evidente alarma de que algo no anda bien: el propio cuerpo. Desde ese domingo, preciso, que estoy atenta a estas pequeñas señales de aquello que no comprendo. A fuerza de cama y tés de tilo, de charlas y evasiones, sigo en pie, sin entender muy bien eso que me anda pasando. Hasta hoy. Recién, hace unos breves instantes, en los cuales algunos resabios de mis años de psicoanálisis, me hicieron atar cabos. Simplemente, de que estoy en duelo, frente a una pérdida que es la propia. 

No puedo dejar de lado que este año para mí fue desorbitante. Varias mudanzas y varios cambios laborales. Una separación que dramaticé por demás. Gente que apareció en mi vida, mientras otra desaparece lentamente. Algunas noticias preocupantes en cuanto a mi familia. Un brusco cambio en mi cuerpo. La desición propia de darle la espalda a un tratamiento que formó parte de mi vida estos últimos tres años. Y sin embargo, distraída en todo esto, en todo el movimiento, pequé de quitarle a cada sacudón la relevancia que en verdad debería de haberle dado. Hoy estoy algo más quieta.  Y, como quien pasa dos días despierto, cae muerto al momento que para un instante, el peso de todo aquello que me hizo tambalear mis estructuras estos últimos meses, cobra su factura.

En el intento desesperado de generar una empatía forzada e imposible con mi ser, anoche, me decoloré el pelo y me teñí de rubio. Claro está, para que quede naranja. Y hoy, espantada, volví a decolorar.. ¡PARA QUE QUEDE MÁS NARANJA! Vuelta a teñir, sigo naranja. Y de camino al cine, con mi ticket en el bolsillito de mi campera, di la vuelta manzana y volví a casa, esta, la nueva, con la sensación de no hallarme en este pelo, para darme cuenta, cruzando Alberdi, que nada de esto tiene que ver con el pelo. Sino con eso mismo, de no hallarme conmigo misma. Con el desencuentro conmigo. Con una pérdida que se asocia al cambio. Porque si bien todos estos cambios fueron en positivo, para mejor, para crecer, no puedo descartar el hecho que para darle lugar a la nueva Zahira, hay que decirle adiós a la vieja. Dejarla morir, lamentar su pérdida, hacer el debido duelo, para luego ver todo lo nuevo, en paz.

Una vez mi analista me dijo, en tiempos de crisis, que un día me iba a despertarme, dándome cuenta que había sol. Y eso pasó. Un día, desperté y había sol. Esta experiencia fue fundamental en mi crecimiento, pues ahora, entiendo que incluso cuando todo se vea oscuro, el sol está por ahí esperando que lo descubra. Como el sol que tengo dentro, que hace que mi pelo se vea como un bello amanecer. Pelo naranja que tendré que llevar con la frente en alto. 

Que lograré llevar, finalmente, al momento que me encuentre después de tanto desencuentro.-

Yo tengo un libro mágico que trae suerte. Un libro tonto y rosado, que no dice muchas cosas interesantes, pero que tiene un arte de tapa muy atractivo para el público femenino. Un libro lleno de historias y de pócimas de amor. Un libro que, cuando lo lees, trae suerte. Este libro, en verdad, no lo tengo, pues lo presté para que les traiga suerte a otras personas. Cada vez que lo leés, al finalizarlo, pasa algo increíble. Lo he leído varias veces, y siempre al terminarlo la vida me regaló una historia maravillosa.

En fin. Traigo a colación este libro porque recordé algo muy tonto que me trajo memorias. Traía, en su interior, un hechizo, que decía que había que escribir todas las cualidades de El Hombre Ideal. El propio, claro está, porque la utopía es distinta en cada individuo. Y recuerdo que en mis primeros años como mujer, una noche con una amiga de la infancia, escribimos una larga lista con los must have de nuestro amado, con tinta Bic y en hojas rosas.

Me detuve en este pensamiento mientras pintaba, hoy, cinco años después, mis uñas. Me detuve imaginando como sería mi Príncipe Azul versión 2012. No el que deseo, el IDEAL, sino el que merezco. Imagino un príncipe alto (siempre alto), que de corcel solo tenga la SUBE y el transporte público. Su castillo quizás sea un hogar compartido que, raramente, no imagino caótico, sino en exceso ordenado, obsesiva y compulsivamente ordenado. Imagino que no doma dragones ni conquista imperios, sino que vive el día a día amando la música, ganándose el pesito, disfrutando los asados con amigos y el Fernet. Porque su pócima mágica es el Fernet y la birra, claro está. Imagino su traje de heredero del trono no lleno de borlas doradas y coronas, sino más bien cuidadosamente desalineado. Y, quizás, mi príncipe no viene a rescatarme de mi torre, pues hoy en día no me siento presa de una construcción soberana, sino más bien de los laberintos de mi mente. Mimagino, también, muy lejana de aquella princesa cargada de tules y rizando su cabellera rubia, sino más bien como una simple ciudadana de este mundo tan cotidiano, en calzas y remerón, con una media de cada par, secando mis cabellos cortos con un secador prestado, escuchando una radio urbana y pintando mis uñas de naranja.

En esta noche, tan cercana al fin del mundo, quiero simplemente recordar, y recordarme, que se puede ser princesa sin carruaje, y se puede ser príncipe sin reinado.

Y recordar, además, que los cuentos de hadas son solo eso: cuentos.-


Lo insólito sucede. En un mundo donde a cada momento las personalidades virtuales cobran vida, crecen en “contactos”, “likes”, y fotos coronadas por la marca de agua de algún fotógrafo de turno que les da mayor crédito, lo insólito sucede: uno de estos “contactos” decide borrarme de la red social común porque le gusto demasiado.

A ver. Lo que quiero aquí no es subirme a un pedestal. No me infló el ego, no me sentí muy top, ni gloriosa, ni bella, ni adulada. Me siento, ahora misma, desconcertada, y enfadada. MUY enfadada. Quiero citar, textualmente, las excusas de las cuales se hizo acreedor este individuo, para borrarme de su universo virtual: “tu elocuencia, tu originalidad al escribir, tu sentido del humor”. Personajes, quizás, adoptados por el yo virtual, encarnados en una foto de perfil y otra de portada. Comentarios diarios, etiquetas, amigos en común. Ese increíble y abominable mundillo en el cual nos sumimos cada día millones de humanos. Conectados, y perdidos. Este individuo me desconoce. No sabe cuan alta soy. No sabe como huele mi aliento. Como se oye mi voz. Como camino. Como bailo. No tiene idea donde vivo ni cómo. Quienes son mis amigos reales. Desconoce si mi nombre es cierto, o es solo un apodo. UN ALIAS. Tan alias como el personaje que podría ser. Que soy. ¿Qué soy?

Me he encontrado, en los últimos tiempos, sentada junto a una o varias amistades, cada una celular en mano, comunicándonos mediante nuestros respectivos muros. Riéndonos una de la otra por aquello que fue dicho en 140 caracteres. Y me pregunto, pues, si la vida en adelante será como ahora mismo, zombis tecnológicos aguardando toques y corazones. Preguntome, entonces, que pasa que se perdió el mate, el teléfono de línea, el “fulanito no está, llámalo a la casa de tal”. Las cartitas entre amigas que nos hacíamos en el colegio. El punto de encuentro, al mejor estilo Central Perk. Las anécdotas vividas, y no leídas, y contadas. Todo funciona en torno a lo que digo, lo que dije, quienes lo leyeron, quienes se la creen, quienes buscan mi perfil. En el mil y pico de amigos. VAAAAMOS, CHICOS. Nadie tiene tantos amigos a los veintitantos años. Con suerte tenés diez. Con suerte conocés quinientas personas. CON SUERTE. Pero no, todos tenemos nombre y apellido. Todos wasappean, se mandan pines, inbox. El lenguaje se modifica. LIKEO. TUITEO. INBOXEO. Y demases eos. Eos. ¿EGOS?

Paremos de construir estos egos falsos. Tratemos de conectarnos con nosotros mismos. ¿Se acuerdan como era el sol, en el parque, con los Don Satur? Yo me acuerdo. No lo hago más, pero me acuerdo. Era hermoso.

Hermoso y todo, cariños, me compré un BB. Y no se olviden de seguir(nos) en Twitter.-

Muchos meses después. Muchas historias después (algunas propias, y otras contadas) me encuentro con nuevos interrogantes. O viejos. Eternos. Humanos y celestiales. Y un poco bestiales.

Ya no soy la misma que escribió por última vez. Más cruda y más cruel. Menos inocente, si. ¿Menos feliz? No, eso JAMÁS. Pero distinta. No somos tan distintos. Ni vos, ni yo, ni nadie. Todos somos almas invadidas, como reza Bunbury ahora, en mi parlante, anticipándose. Nada de esto es nuevo, reitero. Las mismas historias de siempre.

Hoy fue un día intenso. Un día de bajadas de línea, algunas mías, y otras ajenas pero hacia mí. Algunas que terminaron bien, otras no terminaron. En fin. Entre todas estas bajadas, me encontré con un amigo que está muy lejos físicamente pero, de manera extraña, muy cerca en mi cotidianeidad, y también en mis pensamientos. Y hablando, hablando, hablando, acercados por la tecnología y las redes sociales, me encontré nuevamente dialogando conmigo misma, preguntándome algo crudo y cruel. Inocente, también. Su bajada de línea vino de la mano de la inseguridad. De la mía, claro está, el centro de MI universo.  Que cómo una persona como yo iba a demostrarme tan insegura. Y tan conchuda, también. Por cuestiones que no quiero contar. No al menos hoy. Y empecé a pensar acerca de cómo, con el tiempo, nos vamos construyendo tantos personajes como minutos vividos, como espacios recorridos, como personas conocidas, como miedos sufridos. Y hasta que punto ese personaje lo es, y no es uno mismo. Porque en algún momento, uno deja de ser quien era, si alguna vez lo fue, para mentirle a los demás acerca de alguien que no es. Y miente bien, tan bien, que termina transformándose, creyéndoselo, SIENDOLO.

Pues bien. Mi nombre es Zahira, y no temo ocultarlo. Alguna vez me proclamé como una mujer histérica. Si serlo comprende tener miedo, no saber que se quiere, dudar, avanzar cautelosamente de a ratos e impulsivamente en otros, llorar, reír, sentir, gritar, llorar de nuevo, conquistar o intentarlo para después decir que no, jugar, volar, y volver, pues si, LO SOY. Soy una mujer histérica, la misma que alguna vez buscó chongo. La misma que buscó novio. La misma que busco estar sola. Que buscó la muerte. Que buscó la libertad. La alegría constante. La desesperanza. La mujer que hoy en día se alza, sosteniendo una casa, tres trabajos, un proyecto musical, una vida social, y una vida interior. Y anterior.

Esa soy yo, cariños. Y tengan miedo, pues: he vuelto.-