Bien es sabido que tengo un tema con el lenguaje. Una especie de fijación extraña, ligada a mis años de psicoanálisis, a mi necesidad de encontrar la sonoridad en las palabras, el por qué de las elecciones de las mismas, la presencia de segundos y terceros mensajes en una frase al pasar, una palabra y no la otra, que parecieran decisiones tomadas de manera arbitraria, pero que entiendo no lo son.

Ayer hice una bicicleteada nocturna con un amigo que quiero mucho. De esas pedaleadas que te conducen a ningún lado, aparentemente, pero que a mi me llevó transpirada por mágicos recorridos: Carlos Calvo, Valle, Acuña de Figueroa, Corrientes, Quintino. Pero más aún, en el desenfrenado gasto calórico y el movimiento inerte, me ayudó a colocar en palabras jadeadas una idea que venía madurando hace unos días. La idea de la pertenencia ligada a la palabra. Alguna vez lo pensé ya, lo escribí. Esa elección del vocablo, con tintes sociales, culturales, históricos, pero que claramente condicionan. Cómo desde el lenguaje que pareciera mundano se están diciendo tantas cosas que no escuchamos, pero se dicen, se hacen, se sufren.

Puntualmente, pensaba en la unión civil del matrimonio. Dos seres humanos que, por motivos de amor, conveniencia, dinero, soledad, miedo, división de bienes, ciudadanías, mandatos, eligen, además de ser individuos, ser una sociedad conjunta, dos partes que se suman para crear algo nuevo que, en el mejor de los casos, complemente su individualidad, y en el peor, la reemplace. Una elección que se materializa en un registro frente a la presencia del juez, en una iglesia frente a los ojos de Dios, en una playa frente a la inmensidad del mar, en Las Vegas frente al disfraz de un falso Elvis, en una estancia frente a las tías chotas. En fin, una unión que, además de todo eso que cada uno de ustedes sabe o imagina, incluye un detalle ignorado pero de magnitudes abismales: la transferencia del apellido.

El apellido de nacimiento es algo que nos marca, nos incluye, nos identifica. La identidad. Yo llevo el mío, ligado a mis dos nombres, desde el día que nací. Me une con mis hermanas, con mis sobrinos, con mi padre, mi madre, mi abuelo, los moros, los españoles, los italianos, una historia puntual, única, ancestral. Supongamos que un día me case, sea por lo que fuera. De un momento al otro, según la tradición, mi identidad se completaría con un apellido ajeno, el del ser elegido: en ese momento, mi identidad pasaría a ser otra, mas.. ¿completa? Posesiva. Pues dejaría de ser quien soy, Zahira Nahir Abate, para ser ante la ley, las entidades bancarias, y las vecinas de barrio, "la señora DE". Zahira Nahir Abate DE tatata. De. Soy de. Dos letritas pedorras, pedorrísimas, que indican pertenencia, posesión, casi un activo del otro. ¿DE quien es esa bici? DE Zahira. Es mía. La compré, la robé, la gané, me la regalaron, no importa. Ahora es mía. Mía, MÍA y solamente mía. Entonces, si me caso, si paso a ser DE, ¿soy suya? ¿Sería de su posesión, de su pertenencia, de sus activos? ¿ Me habrían comprado, robado, ganado, me habrían regalado al otro? No importa. El tema es que soy de otro, como una bici, como una birra, como un celular, como un lápiz, como una birome, un auto, un sueldo, una guitarra, un plato. SOY DE OTRO. Pero ni siquiera: porque sería un activo de la familia del otro. Frente a un momento histórico como el de hoy, donde la mujer vota como un hombre, garcha como un hombre, trabaja como un hombre, bebe como un hombre, viaja como un hombre, conduce como un hombre, adquiere bienes como un hombre, me pregunto, cuánto avanzó ese feminismo tan choto que nos gusta creer. ¿Quien de ustedes conoce a un hombre que, al decidir la unión civil con otra mujer, agregue a su nombre y apellido, a su identidad, la pertenencia cual objeto a la mujer que elige? No me jodan. ¿Quien de ustedes dijo, siendo hombre, o escuchó decir, siendo minita, "soy tuyo", en la cama, desnudos, extasiados, con el pucho en la mano y la lengua afuera? NADIE.

Esta reflexión, que traigo hoy, con tanto calor, está ligada a un deseo ambiguo: el social y cultural, de SER SUYA, de ser del otro, como dos enamorados de novela, como dos pelotudos que se cogen y se creen irónicamente posesión y dueños del otro, y, a su vez, mi rebeldía, al decir, y pensar, que SOY MÍA, de nadie mas. Nadie me compra, nadie me roba, nadie me gana, nadie me regala. Como desde el comienzo de estás crónicas, por las que pasaron tantos personajes, reales, tangibles, amados u odiados, pero siempre desligados de su identidad, aquello que los hace únicos. Yo elegí quienes serían. Auténtico, el Chico con Plumas, el Chico de las Cinco y Cuarto, Platos, tantos que ni recuerdo. Entidades desprovistas de identidad. Casi objetos.

Hoy, entiendo que lo más importante es quien elegí ser, y quien sigo eligiendo: Zahira, yo, mía. Zahira Nahir Abate DE Zahira Nahir Abate. Y que nadie ni nada se atreva a atentar contra eso.

¿Está mal?.-

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