El ser humano es impredecible. Es el único elemento del Universo con la capacidad absoluta de pasar de un estado al otro casi instantáneamente, tantas veces como sea necesario, por periodos de tiempo prácticamente infinitos. Es el transporte más veloz del planeta, pues no atraviesa kilómetros a velocidades abismales, pero si atraviesa sentimientos completamente opuestos en cuestión de segundos. En instantes, un ser humano, incluso, pasa de SER a PILTRAFA. Es la máquina con mayor capacidad resolutiva, con el único desperfecto del resolver ecuaciones perfectas con resultados imprevistos, impredecibles, e inexactos.

Hace unos días escribía acerca de la felicidad inconmensurable que me invadía. Hacía balances positivos, emanaba energías exorbitantes, transmitía con precisión halos de luz, amor, plenitud, esperanzas. Hoy tengo todo revuelto. Como esos revueltos que comía de chica, de arroz, jardinera, salchichas, acelga, huevo, queso, fiambre. Todo mezclado en cantidades poco entendibles. El resultado: un revuelto. Atravecé, como decía, una cocción de ingredientes que puedo identificar con mucho esmero, creando una única receta, que no entiendo como llamar. Un menjunje de amor, odio, desilusión, enfado, resignación, formulitas mágicas de revistas femeninas, sesiones de terapia, historias escuchadas, impulsos irrefrenables, desesperanza, apertura, tabaco, vino, Héroes del Silencio, fatiga muscular, urgencia, deseo de dormir, fiaca, llanto constipado, frío, inquietud, preguntas, palabras ajenas, ecos eternos, acordes, imágenes nítidas producto de mi memoria y de mi imaginario, taquicardia, puteadas, fracaso, y no se cuantas cosas más. El resultado es el mismo: un revuelto. Todos lo sentimos una o infinitas veces. Esa sensación que alguna vez describí como "un gancho que te tira desde el pecho hasta las entrañas".

La historia con Platos se fue al carajo. Desconozco si esta es una afirmación absoluta, o producto de mi neurosis histérica. Me inclino por la primera. Algo se rompió, como dije, en palabras anteriores. Algo que se rompió y que se afirmo ayer, cuando caminábamos por el Abasto brevemente, él de morral y yo de bicicleta. Ayer cuando me dijo "por algo estoy sólo, elijo estar sólo". Una elección que hacen muchos cuando el otro, o la otra, empieza a romper las pelotas, a exigir ciertos beneficios, ciertas respuestas, simplemente a reclamar. Me pregunto nuevamente si no debería quedarme sola, elegirlo consientemente. Y a la mierda con todo. Vivir en una chatez donde sea feliz con mi tele, mi puchito, mi vino. Mi cama vacía todas las noches a elección propia. Llenarla fugazmente con un cuerpo que represente nada más que eso: un cuerpo. Ni individuos, ni identidades, ni ilusiones, grandes ni pequeñas. Que nadie me rompa las pelotas, porque yo también las tengo. Porque yo ROMPO las pelotas, sí, cuando me pongo intensa. Pero el otro, el que se la fuma, se la fuma hasta que dice basta. Yo también puedo decir basta. Pero el que las rompe, cuando es uno mismo, sigue ahí, pese al basta. Nada de apagar el celular, ignorar mensajes, evitar los encuentros. El encuentro con uno mismo es inevitable. El mensaje llega, sin necesidad de WiFi, 3G ni antenas. Yo estoy acá, conmigo, siempre, escuchándome incluso así. Mientras pedaleo, mientras analizo trámites, mientras meto una pizza al horno, mientras llegan los mails de LetsBonus, mientras los dedos se mueven, indiscretos, alternando el teclado, el filtro y la copa, pero, sobretodo, mientras, de luces apagadas, apoyo la cabeza en mis cuatro almohadas flacas, y el corazón late, late, y late, atravesando todos esos estados que mencioné un poquito más arriba.

"Hablen", me dijo ella, una compañera. Pero como explicar que todo se fue al carajo, justamente, por eso. Por hablar, como siempre, en demasía. Como si ese calco del AQUI Y AHORA hubiese sido eso nada más, un calco, y no un mensaje del Universo. Como si años de a una sesión por semana no hubiesen sido mas que miles de pesos dados a un profesional para hablar irrefrenablemente de cualquier cosa. Como si los putos mensajes que aparecen en las cajas de Marlboro velando por la perjudicialidad del fumar no sean más que tinta sobre cartón, que taparé, casi al pasar, con un papelito, haciendo de cuenta que no están ahí.

Quisiera ponerle un papelito encima a todo esto que me retuerce las entrañas, para no verlo, aunque esté ahí, presente, latente, y eterno.-

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