Acerca de los espacios.

Hace unos días, mi madre me contó de una discusión con su novio. Una discusión seguida de una breve separación. Discusión causada por el entrometimiento de ella, de la viejita, en la privacidad del señor. Mi mamá, hecha mas o menos derecha, una señora de sesenta y dos años, cinco hijos, tres nietos, décadas de aportes jubilatorios, una casa, un registro de conducir, y mil cosas más. Una mujer tan parecida a una adolescente, a la hora de revisar, entrometidamente, el celular de un señor, que cree suyo. Recuerdo mi reacción cuando me contó. "¡Ay mama! ¡cómo vas a a hacer eso! Es su espacio. Es como abrirle la puerta mientras está cagando". Que mina caradura, por Dios. Como si nunca lo hubiese hecho. Y si no lo hago, hoy, es porque todavía entiendo que sólo trae problemas, reales o inventados. Y aunque los ojos se me vayan solos, la voluntad es más fuerte.

Pensaba en Platos, hoy, en un momento, en su casa. Porque anoche nos vimos y pasamos de maravillas. Pensaba en Platos, decía, cuando hoy me pidió fuego, y me revisaba la cartera con desenfreno buscándolo. "No me gusta eso que estás haciendo", dije, para continuar con "que metas las manos en mi cartera es el equivalente a que yo te revise el celular". A ver. Ni tanto. Pero en mi cartera conviven, en una orgía inexplicable de objetos, de manera caótica, una bombacha, una maquina de afeitar, caramelos sueltos, cables, la billetera con chirolas, un portacosméticos de Justin Bieber, papeles, cremas, una manzana, pañuelos usados. Lo siento, mi cartera dista mucho de ser la cartera de una señorita. Pero es mía. MÍA. Y no me agrada, para nada, que la toquen sin mi permiso.

Pensaba, hace instantes, en unas líneas que escribió Platos, referido a mi blog. Basta de contar nuestras historias, dijo. Desconozco la carga de estas cinco palabras, pero aseguro que la tiene. "A mi dejame mi libertad de expresión así como está: libre", le dije. Y me dijo que bueno, que sea libre. Y ahora pienso, vagamente, en una idea que no logro encaminar. Una idea que voga por los espacios. Esos que son propios, como una cartera, como un celular, como un momento en el baño, un espacio de trabajo. Espacios que, casi como un diario íntimo de niñata, todos poseemos, adoramos, respetamos, y celamos. Espacios que elegimos con quién compartir, de que manera, y hasta cuando. Y pensaba, también, en "nuestras historias".

Elegí compartir, hace mucho tiempo, mis historias, LAS MÍAS, con todo aquel que desee leerlas, o escucharlas. Considero que las historias no son de nadie: tiene protagonistas, pero su contenido pertenece a una historia más grande. La historia del ser humano, una historia universal y eterna que se escribe minuto a minuto en los confines del tiempo y el espacio. Una historia que nos pertenece a todos, pues en cada porción nos identificamos y acordamos o desacordamos, e, incluso, nos permitimos dudar. Yo, Zahira, considero esto, y fiel, lo sostengo. Cada quién de ustedes está en libertad de elegir compartir sus carteras, sus celulares, sus cagos, o sus historias. Con quién, problema de cada uno. Pero somos libres, cada uno a su modo.

Yo, desde siempre, me siento y me sentiré libre, cada noche, cuando presa de la música, el tabaco, y alguna bebida espirituosa, mis dedos inquietos rozan las teclas de una compu prestada, para permitirle a mis ideas desencontradas, justamente, encontrarse. 

Acerca de los espacios y las elecciones. Y, sobretodo, la libertad.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario