Otra vez. Otra noche. Otra hoja mentirosa en blanco. Hoja que no es más que luces que me envía una pantalla, ésta, la prestada, fingiendo serlo, para permitirle a mis cansados pero inquietos dedos generar pequeños golpes que se convertirán en letras, palabras, y escritos.

Suenan, también, palabras en el aire. "Cada día pienso en ti  pienso un poco más en tí, se destruye algo de mí". La voz es autóctona y una orquesta tímida suena, por detrás, acompañada de algunos arpegios. Y pensando, en ese ti que hoy elijo, pienso, también, en mí. En la necesidad de pensar.

"Amanece y pienso en tí". 

Hoy, mi pensar está muy lejos, tan lejos como los últimos ocho años, pero tan cerca como las siguientes semanas. Tan lejos como tantos miles de kilómetros que no sabría precisar con ninguna exactitud, pero tan cerca como unas horas de un vuelo que logré conseguir con la sola determinación de conseguirlo, sin un peso, ni un dólar, ni un euro. Tan lejos como haber perdido porcentajes enormes de la vida del otro, pero tan cerca como la certeza de saber que la sangre es sangre. Que la vemos e impresiona, pero la llevamos y une.

Hoy, insisto, puedo decirle a alguien "basta, no me sirve, gracias, adiós", quizás, y solamente quizás, por el hecho que mi pensar está puesto en un reencuentro que durante tantos años pensé inalcanzable. Pero aquí está, latente, llevándome todos los días a despertar, amanecer, pensando, sabiendo, asegurando, que está cercano como el cigarrillo prendido y la guitarra que intenté afinar con poco éxito minutos atrás.

Hoy, puedo elegir desprenderme de una ilusión que creí y que creé por necesidad. Pero hoy, vuelvo, no la necesito. El reencuentro pesa más que el encuentro. Porque el reencuentro conlleva una pérdida anterior, que dolió, que duele, que se lloró y desapareció, para aparecer, nuevamente, un renacer, casi como un ánima, que sorprende y llena.

Brevemente, diré que luego del desencuentro con Platos, hubo un encuentro que me llenó, una charla que me conformó, un acuerdo que, días después, hoy, desapareció, volviendo el descontento, la falta, el enojo, y la posterior decisión casi lúcida de mi parte de escribirle un rudimentario mensaje de texto. "No me llames más. Estás muy ocupado para mí. No me sirve. Te deseo lo mejor, Platos. Te voy a extrañar, algo. Lamento habernos encontrado así. Abrazo de espíritu". Ahora, hoy, sin respuesta, no me angustio, no me enojo, no me maquino ni me cuestiono. Porque es hoy que faltan doce días nada más para mi despegue, para cumplir mis veinticinco en el aire, sola, conmigo misma, mi ser más preciado. Y luego, casi un día después, llegaré a tierras ibéricas para el reencuentro que realmente ansío. Ese que es con la sangre. Con las lágrimas derramadas y por derramar. Con los afectos innatos, de siempre, y para siempre.

Cada día pienso en ti, hermana. Y pronto, no hoy, pero pronto, estaré abrazándola. A ella, no solo con el espíritu. Con el corazón, con los brazos, con los ojos cerrados y el alma plena.-

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