Hoy me encuentro en un estado extraño. En uno que, sospecho, es infundado por mi propio deseo de encontrarlo. Escuchando Pastoral, Aristimuño, y Almendra, verborrajeando y bebiendo vino, esperando el ansiado sueño que apague, o calme, al menos, esos movimientos musculares que amenazan con convertirse en ansias, deseo, y sobretodo, ansioso deseo de desear con ansias.

Me pregunto cuantas veces se siente con real sentido. Y cuantas veces se genera este, en el profundo deseo de encontrarse con todo aquello que nos han dicho que debemos encontrar.

Siento, sin embargo, que no hablaré de nada puntual. Nada particular. Nada mas que los dientes violetas de uvas y los oídos empapados en palabras que solo dicen "vos". 

Entiendo, luego de pocos años, algunas sesiones de psicoanálisis, e infinitos encuentros con mis más miserables miserias, que no tengo control. Que pretendo tenerlo, que finjo tenerlo, y que mientome tenerlo. Que quiero creer que lo tengo. Pero vuelvo, una vez más, a escudarme detrás de una casualidad, para no hacerle frente. Una casualidad que alguna vez fue enojo, otra fue angustia, que hoy es una copa, un pucho, y un puñado de palabras. Que no espero encuentren sentido en ellas.

Platos apareció, así, hace unos años. No podría especificar, con exactitud, ni sin ella, cuando. Ni como. Si fue una mirada, si fue una solicitud de amistad, si fue una palabra errada o acertada, alguna vez, o ninguna. Pero Platos apareció y hoy ocupa mi mente. Ocupa un lugar, en verdad, que necesitaba sea ocupado.

El primer encuentro con Platos fue desafortunado. Increíble e inrelatablemente infortunado. Un encuentro de bronca con otro, donde finalmente lo eché de mi casa, donde unos días luego decidí perdonarlo. Donde aparecieron encuentros aislados y sinsentido. Donde compartimos helados, palabras, música, risas.

Platos vino ayer a mi casa. El día de su cumpleaños, luego de haber pasado la tarde juntos, entre mascarpones y cafés con leches, entre lluvias y bicicletas, entre ramos de flores y barrabasadas. Tuvimos sexo. En algún punto, entre todos ellos, alguno coloreado por el humor y la grasada, me preguntó si quería ser la novia. Con todos esos años encima, me lo preguntó. Un contrato de un día a renovarse. 

No puedo evitar recordar, casi sentir, una charla lejana, váyase a saber con quien, donde mi interlocutor manifestaba abiertamente su deseo de, llegados estos contratos de exclusividad y pertenencia, no fueran "hasta que la muerte nos separe", sino mas bien a renovarse, casi como un alquiler, cada determinados periodos de tiempo. Me pregunto hoy, con la cuarta copa, si éste no sería el secreto del amor eterno. Un amor que se renueve, se reelija, se regenere, casi como la copa, la mía, que vuelve a llenarse en función a mi deseo de seguir bebiendo de ella. 

Pido mis eternas disculpas si esto no tiene mucho sentido. Me pregunto si algo lo tiene. Sólo estoy presionando teclas en función a vagas ideas que aparecen, casi, casi, como aquellos que marcan nuestra vida para siempre: aleatoriamente.

En fin. Hoy le dije a Platos que le regalaba un lunar. Mi favorito, en respuesta a su inquietud de cuantos tenía. Ese que llevo tan cerca del corazón como de mis vísceras. En representación al amor eterno que deseo sentir. Que me obligo a sentir.

Amor a todo. A todos. Al tabaco, al vino, y a las almas como la mía. Disculpas. Es todo lo que tengo, y es todo lo que hay. Y buenas noches.-

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