Buika

Matias dice que soy novelera. Se me ocurre pensar que quizás, incluso aquellos que leímos poco, disfrutamos tanto la poesía que no podemos vivir sin ella. Y cuando hablo de vivir, hablo de llevarla encima como modo de vida.

Hoy no siento nada. Nada particular. Un estado extraño que no sabría explicar. Producto de mi incipiente período, de las últimas noches con este muchacho (y días, a no olvidarlos!) que no han sido cien por ciento placenteros. Eso y mucho más me llevan a estar hoy, en casa, escuchando a Buika hace tres horas, a la luz de las velas, tomando vino, fumando, sola en San Cristobal, con la casa caliente, el cuerpo limpio y perfumado, en una cita eterna conmigo misma, con el cuarto coronado apenas por el andar de mi gato y el sonido intermitente de los vehículos en el pavimento de Avenida Independencia. Esta noche preparé una hermosa cena que solo disfruté con mi silencio interno. Ya no tengo dudas ni me pregunto nada. Zachín, mi gato, sale corriendo del baño y sube escandalosamente a mi sillón naranja, nuevo, perfecto. Le pregunto qué pasa y se calma un poco. El cigarrillo se consume de a poco hasta derretir el plástico del teclado sobre el cual lo he apoyado. Recibo por mail el escrito de un colega que de alguna forma misteriosa me respeta.

Quizás esta sensación sea, realmente, en sentirme sola de nuevo, más allá de que alguien esté por venir a casa, el mismo cuerpo que hace dos meses, el mismo ser que tiene mis llaves y un gorro. Me siento sola como aquella vez, hace meses, en la casa anterior, cuando entendí la soledad no como estado del alma ni como forma de vivir, sino como esencia propia de algunos que sabemos que así llegamos y así sabremos irnos.

Buika ha sido una excelente compañía para no esperar nada. Solo dejar pasar las horas y elegir quedarme en casa, con nada y sin ello.

Siento que la historia con Matias llegará a su fin incluso antes de haberla contado. Me escucho en mi discurso hablar de él y con él, y me exaspero. No quiero que nadie se robe mi hablar. No quiero que lo acaparen ni lo pueblen, pues yo soy tierra virgen que espera ser conquistada. Y aquí no hay conquista, queridos lectores. Sólo hay un mientras tanto, y una recaída en la hermosa poesía de una bella mujer que no puede ser amada más que por ella misma. Una mujer que escucha boleros deseando tequila, que respira el humo viciado en el aire del mismo cuarto donde se dejará poseer minutos luego, por un cuerpo, secundario. Que despertará al día siguiente para decir "buen día" con el mismo énfasis al cuerpo que la perforó y al verdulero de abajo de su casa. Una mujer que camine bajo el sol soportando piropos y guarangadas con el mismo rostro que comprará queso untable y leche en cartón barata.


La poesía, mis queridos.-

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